Truffaut vuelve al tema de la infancia con una colección de viñetas levemente hilvanadas que muestran desde la total inconsciencia de los bebes a la temprana capacidad para la manipulación de una niña, curiosamente la única del elenco, si exceptuamos a las dos chicas del cine, cuya función es ser objetos del interés sexual de los chicos. Y la prima, claro.

De entre los chavales, el guión da más relevancia a un chico maltratado y abandonado, carne de marginalidad, cuya historia es utilizada para concienciar sobre estas lacras,y a otro que no tiene madre y se ocupa de las necesidades de su padre inválido, asumiendo unas responsabilidades impropias de su edad, más sensible y observador y que al final tendrá premio. El romántico Truffaut parece pensar que el fin de la inocencia se produce con el primer beso, pero ninguno estos dos muchachos es ya inocente.

El rousseauniano Truffaut coloca en boca de un docente que se estrena en la paternidad un discurso en el que reivindica la dignidad de los niños y su derecho a ser queridos y respetados y empieza a desbarrar hablando de la participación de los niños en política. Aquí parece que nadie ha leído “El señor de las moscas”. ¡Con lo fácil que resulta hacer una película emotiva sobre la infancia! Y lo de que los niños son las personas más fuertes, que lo soportan todo, ya se había dicho en otra película (en otras películas) más contundentes y poéticas que esta irregular gavilla de aleves observaciones casuales.