Esta entrega de La Momia vibra en la misma sintonía del resto de secuelas de monstruos de la Universal, osease, entretenimiento justo, argumento reciclado, personajes simples y cuestionable calidad. Puede pasar el corte para amantes de la serie b y dura una hora, lo que juega a su favor.

La historia destila una pereza tremenda. La momia se supone que es otra diferente de la que interpretaba Karloff allá por 1932, pero sin ningún tipo de vergüenza le dan el mismo pasado, punto por punto. Continuando el despropósito, el resto de la trama es una copia directa del argumento de la tercera entrega de Frankenstein, de 1939. La momia que aquí se nos presenta es una mera arma sobrenatural que sigue las órdenes del que es el verdadero villano, y que usa su poder para la venganza. Vamos, exactamente lo mismo, aunque aquí lo enreden con clanes milenarios protectores de tumbas. El final, además, también es similar.

Derivado de fusilar dos películas anteriores surge otro problema, y es que la mitología que se desarrolla a duras penas tiene sentido. ¿Cómo la controlan exactamente? ¿Hojas mágicas y pociones? ¿Sacadas de dónde? ¿Por qué los obedece a ellos y no a cualquier otro? ¿Por qué están obsesionados con proteger la tumba de esa princesa egipcia y usan para dicho objetivo precisamente a alguien que iba a profanarla? Preguntas sin respuesta originadas por guionistas holgazanes.

Los escenarios están bien, en esa parte sí que consiguen una ambientación egipcia desértica y nocturna bastante atrayente. El personaje de la momia pues bueno, es un simple tío con disfraz que se pasea por pantalla, y en primeros planos le aplican unos efectos a los ojos que han envejecido peor que una persona momificada. Ni punto de comparación con la momia de Karloff, que simplemente juega en una liga muy superior.

De terror tiene poco y de comedia liviana con toques de aventura mucho. No merece la pena aunque un visionado lo resiste.