Estamos ante una buena película. Es sutil y pudorosa, casi rácana a nivel emocional. Lee contrapone al sentimiento que une a sus dos protagonistas una realización austera, un ritmo átono, un desenlace casi anticlimático. Probablemente porque, al igual que en Tigre y Dragón, retrate los peligros de una sociedad que nos lleva a censurar nuestros propios impulsos y necesidades, que antepone la norma a la libertad individual. Pero más allá de la crítica social o histórica, o de una defensa explícita a cualquier tipo de orientación sexual, Brokeback Mountain nos emociona ante la inevitable cuestión de la autoaceptación personal, tema tan universal que hace de esta película una serena llamada al fondo de nuestras entrañas.

El personaje de Ledger desprende tanta humanidad por lo absurdo de sus actos, por la distancia insalvable entre su "ser" y "querer ser" y por la absoluta huella que supone su infancia que es muy difícil no identificarse.