"A veces no visualizas en la línea los contenidos de la película como se enfoque al argumento" - eran las palabras que decía el presunto "egomatógrafo" Carson Clay (Willem Dafoe) y claro que se trata no de un solo viaje, sino de un viaje inundado en los tropiezos, las ocurrencias y de que los accidentes hacen parecer a ese personaje icónico convertido en un dummie (muñeco de prueba) ideal para el cine.

Mr. Bean me despierta con el mejor de los ánimos y con lo mejor de sus metidas de pata volviéndolo a reencarnar en la leyenda del humor británico típico como alguna vez lo fue desde que hizo sus primeros pasos en bloques de relleno de la aclamada BBC. Es sin duda, una bien ejecutada hermosa y conventilera propuesta sobre si el mudito debía de dar un salto grande para ponerse a prueba a ese mundo que casi no llega a decir ni una sola palabra o más bien una prueba de valor cirquense para socializar. Asimismo una prueba de que el viaje perfecto no existe, cargándose de anécdotas. No solo es hablar a medias sino que demuestre ese lado victoriosamente gentil.
¿Se pudo pedir un final alternativo? Podría ser.