'La crème de la crème'. La ópera prima de Sam Mendes (‘Camino a la perdición’, ‘Revolutionary Road’) arrasó con todo allá por 1999. Ni políticamente correcta, ni convencional, ni nada que se le aproxime. ‘American Beauty’ está orgullosa de ser como es: única, descarada, valiente. Y no sólo eso.

Los tópicos que la definen como “mordaz crítica a la sociedad norteamericana” aciertan, sí, pero se quedan a medias. Obviamente, todos los prejuicios e ideas que tengamos acerca del ‘american way of life’ salen muy mal parados (siendo generosos). Una posición acomodada en la esfera social, un buen trabajo, una bonita casa con su cuidado césped y su reluciente descapotable, una familia ideal y (aparentemente) feliz. ‘American Beauty’ se ríe sin pudor de todas y cada una de estas supuestas ‘necesidades’. Las vapulea con desprecio y se jacta de ello.

Mendes hace una apología de lo diferente, pero no por ello desconocido; de lo oculto, pero no por ello extraño. Y le encarga la tarea de conductor a Kevin Spacey. A un inconmensurable Kevin Spacey que borda su papel, que llena la pantalla y encarna a la perfección ese hartazgo que nos invade a menudo, ese querer y no poder, esas ansias de ser nosotros mismos que hemos de contener por miedo a salirnos del guión. Su personaje, su actuación y sus diálogos son, simple y llanamente, geniales.

Todo el film está salpicado de momentos inolvidables, de escenas y situaciones osadas, de certeras reflexiones sobre la belleza, la ética y la lealtad, de pequeñas historias que reflejan todas nuestras miserias y miedos, pero también nuestras ilusiones y alegrías. Además, el entretenimiento está asegurado. La película se pasa volando. Desde ese majestuoso comienzo, hasta el impactante y hermoso final, nos mantendremos pegados a la butaca, con miedo a pestañear “por si nos perdemos algo”.

‘American Beauty’ es, en suma, una exhaustiva radiografía de la condición humana. Una obra perfecta que perdurará por los siglos de los siglos. 'La crème de la crème'.