Vagando un poco por los cerros de Úbeda, he de decir que nunca me expliqué la devoción de los estadounidenses por Will Ferrell, pero después de esta película, empiezo a entreverlo: es un cómico sólido capaz de coger cualquier personaje, de decir las mayores brutalidades, y que tenga chispa. Y es que me ha gustado mucho lo que hace con este congresista indefinible, abyecto hasta resultar entrañable, tan odioso que solo se le puede amar. En el otro lado del cuadrilátero está Galifianakis, también tronchante con una especie de Ned Flanders afeminado y que planta cara a Will Ferrell en un delirante pulso por el poder. El problema del conjunto no son los protagonistas, ni Jay Roach, avezado en estas lides de la comedia cafre, sino quizás en un guión falto de ritmo que alterna momentos muy logrados con otros que simplemente hacen levantar la ceja. Del mismo modo que en Los padres de ella todos los astros se alinearon, aquí faltó una narración mejor hilada. Pero de todas formas, tiene gracia, copón.