No hay nada peor que tener prejuicios hacia una película, pero es que el tráiler no conseguía, de ninguna forma, convencerme para que fuese a verla al cine. Parecía aburrida, como hecha sin alma o por encargo. Nada más lejos de la realidad.

Damien Chazelle, que viene de hacer dos de las películas más importantes de los últimos años, se adentra por completo en el relato del viaje a la luna, haciendo una introspección milimétrica de la vida de Neil Armstrong.

El resultado es un film tremendamente apasionante y a ratos muy fascinante, que te cautiva desde los primeros y trágicos instantes hasta su conocido y, consabido, final. Es cierto que Ryan Gosling no hace una gran actuación, pero no desentona en ningún momento con la personalidad cauta y cerrada de la que hacía gala el astronauta. En este aspecto, se luce mucho más Claire Foy como la mujer detrás del hombre, una auténtica robaplanos.

La música de Justin Hurwitz, la fotografía de Linus Sandgren y la mano de Chazelle para convencerme de que todo lo que está sucediendo en pantalla en algún momento fue verdad. Sí que es cierto que, quizás, su metraje sea un poco excesivo, pero da igual que conozcas cómo termina la historia, lo más importante es cómo fue el viaje para conseguir una de las mayores azañas del hombre en el siglo XX.

La consideró, desde ya, imprescindible.

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