Son incontables las veces que pude ver ‘Solo en casa’ y su secuela tirado en el sofá en las distintas navidades de mi infancia. Es una película que hace que, para un crío como yo, quiera ser como Macauly Culkin: ingenioso, guapo, inteligente y vivir una gran aventura.

La historia es, por todos, bien conocida tantísimos años después de su estreno: la familia numerosa planea un viaje por Navidad y resulta que se olvidan al más pequeño en casa. Pobre Kevin, piensas nada más comenzar. A esto hay que sumar a un vecino un tanto siniestro y a dos ladrones del vecindario que fijan su objetivo en la residencia de los McCallister. Sin nadie en casa, tendrá que ser él quien la defienda con uñas y dientes… los que se dejen los dos pobres incautos ladrones.

Tras un arranque navideño, con el típico espíritu de película estival, dejando claro que es cine familiar para verlo rodeado de tus seres queridos a pesar de las gamberradas que van a venir a continuación, en cuanto Macauly se queda solo, comienza el verdadero espectáculo y la verdadera película.

A partir de aquí, Culkin (qué pena que le perdiésemos por el camino porque este chico era oro puro) hace gala de un carisma en pantalla de lo más arrollador para la edad que tenía. Es que el chaval, aparte de ser adorable, tiene gestos, detalles que hacen que su actuación sea de lo más memorable.

Columbus es, sin duda, el gran responsable de que esto salga tan sumamente bien. Es un tío muy listo, prepara el terreno de juego y, con la ayuda de John Williams y su música, firma un segundo y tercer acto ejemplar. Gracias a un hábil montaje es un film que, cuando coge la directa, no para y va a saco hasta el último momento.

Los golpes que se llevan Joe Pesci y Daniel Stern duelen, escuecen, queman… y, sobre todo, no pueden ser más tronchantes. El equipo artístico hace gala de mucho ingenio y de una muy buena preparación.

Es que la sigo viendo hoy en día, más de veinte años después de su estreno y me sigo riendo. De esas películas que pondré a mis hijos, sentado a su lado en el sofá y con una sonrisa de oreja a oreja.

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