La chica y su hermanito saben que en la casa habita un ser demoníaco que vive en las sombras. Y no se les ocurre otra cosa que ir a pasar la noche allí tapando con cinta americana los interruptores de la luz. Por si se va la luz (lo cual era bastante predecible) se llevan una vela y una sola linterna, y además DE LAS QUE HAY QUE DARLE A LA MANIVELA para que se encienda durante cinco segundos. ¿En serio? Cuando vi a la chica dándole a la manivela casi me da un ataque de risa.

Pero vamos a ver, por Dios, si me entero de que en mi casa vive un ser infernal en las sombras, esa misma noche aparezco con diez o quince linternas de espeleología, de esas que llevan una pila gorda como una lata de atún en conservas e ilumino hasta el último rincón de la casa, te aseguro que no quedan del espectro ni las cenizas.

Además, el fantasma en sí daba más miedo antes de convertirse en fantasma. Resulta que era una niña diabólica loca con un problema de fotosensibilidad, y en el psiquiátrico sólo se les ocurre enchufarle 1500 watios de potencia directa para desintegrarla. Sí señor, qué portentoso tratamiento médico. Desintegración espontánea del paciente por exposición a bombilla. En serio, parece una escena de alguna comedia de Leslie Nielsen.

Cuando la chica encuentra a la muerta fantasmagórica en el sótano, aparece de espaldas para poder darse la vuelta y mirar a la cámara, sólo le falta gritar: ¡uuuuuuuhhhh!. He pasado más miedo en el tren de la bruja de las fiestas de mi pueblo que viendo esta escena.

Para cumplir con todos los tópicos del género sólo habría faltado una escena en el sótano de la casa a oscuras. Ah no, espera...

En fin, el corto en el que se basa la película me provocó pesadillas durante mucho tiempo, pero este despropósito sólo ha conseguido provocarme carcajadas.