Superproducción americana en la que el director, haciendo una adaptación a su manera de la novela homónima de León Tolstoy, narra a lo grande las victorias de Napoleón desde 1807 a 1812, año en el que, una vez despejada la incognita de España, se decide a invadir Rusia. La presencia de las tropas francesas obedece a la necesidad de controlar el mar [aislamiento continental de Inglatera] y doblegar las potencias continentales [Prusia, Austria, España, Rusia] para establecer una Europa supeditada al dictamen de Francia. En 1812 el emperador, pese al acuerdo de Tilsit con el zar Alejandro, invadió Rusia, un extenso territorio con unos inviernos atroces. La batalla de Borodino, descrita minuciosamente, abrió las puertas de Moscú pero por mor de la guerrilla y los incendios fue imposible retenerla, de manera que después de unos meses en la capital las tropas francesas, pese a los muchos fusilamientos y capturas de prisioneros, no tuvieron otra salida que iniciar la retirada, momento que aprovechó el huido ejército ruso para contra atacar en la retaguardia. La batalla del río Bereshina representa el principio del fin del poder napoleónico. La cinta, aunque da prioridad a las acciones militares, abre hueco a las relaciones entre los nobles y señala las dificultades que la invasión está causando a la población por el desalojo.
Interesante el montaje de las batallas [Austerlitz, Borodino, Bereshina], bien ambientada, muchos decorados, actores de calidad aunque poco creíbles. Buena dirección en los movimientos de masas, si bien no hubiera estado de más un guión más reducido y mejor articulado.