A veces lo corriente y lo cotidiano esconden un matiz sensible que va más allá de lo evidente y que únicamente reside dentro del recipiente corpóreo de cada uno de nosotros, resignándose a exteriorizar su verdadera forma.

Es de esta forma en la que Aronofsky con sumo talento nos muestra su cine, en su verdadera forma perceptiva, aunque para ello deba prescindir de su verdadera forma visual. Partiendo de una premisa tan sencilla como es la preparación de un grupo de bailarinas para la ejecución de una danza, nos muestra el auténtico lado humano (o el ornitomorfo, según se mire), una tomografía axial que profundiza en el estado de la persona en lugar de hacerlo en los acontecimientos.

No sentía esa mezcolanza de sensaciones desde hacía tiempo, qué maestría. De hecho esta película recordará a otras tan extravagantes como “Repulsión”, “Perfect Blue”, la ópera prima de animación del difunto genio Satoshi Kon, o incluso a “Carrie”, pero con un ritmo tan bien llevado que la hace distinta en gran medida.

Genial el buen hacer de Aronofsky, qué forma de engañar al espectador y de hacerle partícipe de la opresión a la que somete la dura representación de la mítica obra de Tchaikovsky. Maravillosa una vez más la partitura de Clint Mansell, con un amplio abanico que nos muestra desde tradicionales composiciones para ballet hasta un filo cortante de notas que nos mantendrán en tensión en los peores momentos.

Impresionante Natalie Portman, la absoluta estrella de la película, ojalá se lleve el Oscar porque se lo merece, convincente en todo momento. Del mismo modo lo borda Winona Ryder en sus esporádicas apariciones, sometida a un trance que la misma protagonista verá reflejado en sus actos.

Impecable la plasmación de la dualidad y el progresivo desdoble de personalidad disfrazado de alucinaciones, haciendo que poco a poco encaje con la clásica historia de El Lago de los Cisnes. Toda una lección de las consecuencias que acarrea la obsesión por la perfección y la superación.

Sabia y meticulosa forma de mezclar el baile, las obsesiones, los placeres o los miedos para forjar un guión brillante. La película es en sí misma un crisol formado por los atributos del cisne blanco y el cisne negro, una marabunta sensitiva fruto de la ficción que puede llegar a desarrollar la mente humana.

El desarrollo de la película es como el desarrollo del ballet de Tchaikovsky, con un comienzo suave que se irá desatando y adquiriendo la fuerza que muestra en los últimos compases, llegando al cénit y cerrando sobre el vórtice de la última nota.

Un merecido sobresaliente.