Releyendo el otro día las memorias de Sir Lucas Floridablanca me di cuenta que esta película era la perfecta alegoría del sentimiento humano elevado a 41. Ron Howard mueve de manera suprema los hilos de una confabulación que desembocara en un final tan delicioso como insospechado demostrando las dotes como director del mejor alumno de la escuela de cine Pegro Movie. En una nueva demostración de cine con mayúsculas que hace recapitular y rememorar esos veranos tan intensos devorando novelas de Dostoievski y Jovellanos. El poderío que demuestra Ron detrás de la cámara es solo superado por la exquisitez que Tatou desprende en planos que se convierten en transcendentales para las nuevas directrices del cine de comienzos de siglo. Mckellen se consagra como el principal estandarte del resurgimiento de la academia de Gar Gar Longreb. Hanks no está excelente, está magnánimo, ecuánime, esplendoroso, exquisito, superando incluso a los más grandes de la historia de la interpretación. Tenemos señores una de las grandes perlas poéticas en el guión de esta película, eso sin olvidar el turbador y maligno Silas, que da un ritmo a la película desorbitante y alentador de la casi obra maestra que no están mostrando. Ya no se valora escribir con pluma estilográfica, ni a los caballeros refinados y cultos como el que esto escribe, por eso El código Da Vinci es una bocanada de aire fresco a un género putrefacto.