Esta película se podría haber planteado de tres maneras diferentes. La primera sería la vía de la mitificación del personaje, la segunda consistiría en la visión crítica del líder sudamericano y la tercera supondría una narración aséptica del Che. Soderbergh, cineasta que brilla por su inteligente visión cinematográfica (salvo escasas excepciones) opta por realizar un notable acercamiento histórico a la última gran revolución del siglo XX, con una mirada tan fría como lúcida y tan carente de pasión como llena de pretendida objetividad.

De este modo la película huye constantemente de justificaciones innecesarias o de explicaciones partidistas. Simplemente se limita a mostrarnos como pudieron ser aquellos días en los que los ideales de unos cuantos revolucionarios cubanos lograron captar la atención del mundo occidental y poner delante de sus ojos las miserias de su pueblo. Cuando uno pretende ser objetivo podría decirse que se está engañando a sí mismo puesto que la objetividad es una quimera. Sin embargo Soderbergh elige narrar la visión del Che y, al mismo tiempo, expone las propias contradicciones en las que incurre su discurso. El mismo hombre que cuida de sus hombres, el mismo que ordena no maltratar a los prisioneros, es también el hombre que reconoce que su revolución fusila y seguirá fusilando a todo aquel que no la acepte.

Aún así la excelente interpretación de Benicio del Toro, lejos de todo histrionismo y exageración, aporta unas dosis súmamente convenientes de necesaria credibilidad. El Che aparece como un hombre corriente en una circunstancias extraordinarias. No es una estrella del rock ni mucho menos un héroe. Tan sólo un soldado, un revolucionario que ama la causa por la que lucha aunque tenga que imponerla por la fuerza.

Como narración histórica esta película funciona sobradamente a través de un estilo semidocumental alejado de toda espectacularidad y efectismo. Sin embargo carece de fuerza, de emocionalidad, es tan fría como un libro de historia mediocre y posee un ritmo tan irregular y en ocasiones cansino que la desconexión del espectador con la película va creciendo conforme avanza el metraje. Aún así la película no me pretendió engañar, algo admirable en una historia que pudiera haber sido un objetivo fácil para fanáticos y revolucionarios cinematográficos.