Después de unos años en los que las presiones de la industria del cine de su país, y del gobierno de su país, impidieron o hicieron muy complicado para Jules Dassin dirigir películas o tratar de dirigirlas, finalmente surgió este proyecto, sobre el que el propio Dassin habló en alguna entrevista. Esta película lo tiene todo, es como un compendio de muchas de las constantes del género negro, y sólo falta el estamento policial, seguramente porque lo importante aquí es el grupo de los ladrones, con los que el espectador se identifica fácilmente.

Ocurre como en la previa "Fuerza bruta" (Brute Force, 1947), obra dirigida también por Dassin: si en aquélla película se presentaba de forma positiva a los reclusos, para que el espectador se pusiera de parte de ellos, aquí se hace lo mismo con los ladrones, a los que se dota de unos códigos, de un sentido de la lealtad, especialmente en torno al personaje de Jean Servais. Un meticuloso sentido de la acción, una noción muy didáctica del robo, y un innegable halo poético, infunden un tono muy particular en una obra que revoluciona el cine de robos, y da un nuevo impulso al cine negro francés.

Además, en este film Dassin expresa su opinión sobre la caza de brujas y sobre la delación y la traición: su personaje, César el milanés, el experto italiano en cajas fuertes, es asesinado a sangre fría por Tony Le Stéphanois (Jean Servais), después de delatar a sus compañeros.

Es un film que se sitúa entre lo mejor del cine negro francés. Un film inmediatamente posterior, "Bob le flambeur" (1956), de Jean-Pierre Melville, sigue la estela de la película de Dassin, pues el personaje protagonista de esta película, así como la misma trama, poseen evidentes puntos de contacto.