Me ha gustado mucho esta película de Xavier Dolan, narración lenta y al mismo tiempo apasionada, descriptiva, barroca, sincera y poética de una especie de épica transexual en la que importan menos las certezas que las ambigüedades, menos los objetivos que los pasos intermedios, y menos los medios que la vivencia conflictiva y contradictoria de una trayectoria de hombre a mujer, de un sexo al otro. Importan la decisión, la confesión, y la idea de que el calvario personal por el que va a pasar el protagonista, Laurence Alia (Melvil Poupaud), profesor de literatura de instituto, escritor y poeta, es inevitable e ineludible, porque lo que importa aquí es el proceso y el paso del tiempo; el dolor en un universo en el que todo es como antes y ya nada es como antes. Importa, en suma, la crónica lenta en una tierra de nadie, en un país íntimo y físico inventado y creado por el protagonista, héroe de su propia y muy lenta revolución, que es al mismo tiempo una renuncia.

Este calvario personal se cuenta desde el drama, pero también desde una perspectiva poética que trasciende al drama y nos conduce casi a una dimensión mágica. Hay que destacar el espléndido uso de la música, así como también del vestuario y del maquillaje. Es una película magnífica, por distintos motivos, y de ésas que no consiguen hacer en Hollywood, por más que lo intenten.