Por un lado es una película muy curiosa e interesante, por tratar sobre el creador de Wonder Woman, o la Mujer Maravilla, y por mostrar el origen real y escabroso de esta superheroína del cómic (sado-masoquismo, dominación, fetichismo, "bondage", pornografía) en los Estados Unidos de los años 40. Por otro lado, es una tomadura de pelo, que te presenta a unos personajes, y luego, en las fotos de los créditos finales, te muestra a los auténticos personajes, que no se parecen en nada y son mucho más feos, como si la directora le dijera al espectador: "¿Te has creído mi historia? Pues ahora te enseño al auténtico Marston", y se quedara tan ancha.

Porque, en efecto, la película aborda la heterodoxia y la transgresión que había en la mente del Profesor Marston, un psicólogo de ideas bastante peregrinas, pero lo hace de un modo edulcorado y dulzón, evitando entrar en las implicaciones más peligrosas de sus ideas y del verdadero significado de un cómic como "Wonder Woman", como si abriera una puerta por la que luego no quiere cruzar. Angela Robinson elabora un retrato idealizado de Marston, como si éste fuera un mártir, o un abanderado de causas que sólo hasta mucho después podían ser aceptadas socialmente...pero sin entrar en muchos detalles. El problema es que, con este enfoque, que hace mucho más atractivo el debate ideológico que el placer del sexo y el erotismo -puesto que, paradójicamente, la película es bastante fría en cuanto a las relaciones sexuales que se establecen entre los protagonistas-, se pierde de vista el objetivo que se dice perseguir: la verdad sobre Marston y su creación.

La gran pregunta: Wonder Woman, ¿es un personaje auténticamente feminista, o es más bien una astuta justificación y dignificación de las perversiones sexuales del Profesor Marston? La película prefiere mantener una calculada ambigüedad al respecto.