Con un talento irrevocable, el maestro Hitchcock, nos presenta una terrorífica e inquietante manera de vivir el terror. Un terror que va entrando en la película, igual como cae el sol al atardecer. Poco a poco, pero constantemente, nos muestra una intriga personalizada, difícil de imitar y muy peculiar y notoria.
Una simple mirada, acompañada de un perfecto acercamiento de la cámara, para conseguir un primer plano, hacen que el espectador se vuelva loco buscando posibles resoluciones e intenciones de cualquiera de los personajes. Todo un arma importantísima para que nunca decaiga la intriga en la película.
Una vez, el terror ya ha entrado en nuestro interior, intenta perpetuarlo hasta el final de la película, con seguimientos muy de cerca de las imágenes, escenas pausadas y detallistas que cubren de pánico nuestro alrededor, y apariciones continuas de pájaros que acabaran de llenar el cuerpo de espasmos de miedo psicológico.
Espeluzante la resolución del terror, intentando mantener firmeza, pero sin pausar en ningún momento su prioridad que es que el espectador continue vivo dentro del mundo que nos presenta, a pesar de la dureza de las imágenes.
Tal vez, la fotografía, decorados, efectos especiales son muy mezquinos y pobres, pero dadas las circunstancias y el año en el que se rodó, acaban por no tener demasiada importancia.
El perverso y original tema elegido por el director, opino que tiene su doble significado o moraleja. Todo hombre, animal o cosa debe convivir y fraternizar entre sí, sino el caos, el desequilibrio y el irracionalismo abundaría. Sana convivencia y respeto mutuo, dentro de los límites racionales de cada especie. De no ser así, podría ocurrir como en Bodega Bay.