Prácticamente desde los primeros instantes tenemos la sensación que estamos ante algo poco corriente. Basada en la obra de Emili Teixidor, ambientada en postguerra, para recrear un universo diferente, irreal, pero sugerente y lleno de sombras. La acción transcurre en pequeñas poblaciones rurales de los alrededores de Vic, y toma como referencia al pequeño Andreu (Francesc Colomer), un niño cuya inocencia empieza a morir el día que descubre la escena de un brutal asesinato.
Con este arranque, que sin duda es uno de los puntos fuertes del film, y engancha al espectador ya en los primeros segundos del metraje, el realizador nos llevará a recorrer la vida de postguerra en un pequeño pueblo, donde las heridas de la guerra todavía no han terminado de cicatrizar, y donde quedan cuentas pendientes que saldar. Pese a ello, uno de los grandes méritos del film de Villaronga es su capacidad de esquivar la guerra civil y sus consecuencias. Sus personajes nunca hablan directamente del asunto. Por otro lado, el realizador se aleja voluntariamente del hiperrealismo visual que ha sido utilizado por alguno de sus colegas recientemente y en su lugar, para retratar el ambiente rural, ha optado más bien por el camino contrario. Hay más bien algo de fantástico, a media distancia entre el terror y el "thriller", con planos inquietantes, y con mucha insistencia a rodar a los más jóvenes atravesando parajes boscosos llenos de recodos y escondites, que parecen esconder una amenaza velada. Servirse de una especie de hombre del saco llamado "pitorliua" también ayuda al mantenimiento de este ambiente.
Hablando de "thriller", no cabe duda que el motor del film es el crimen con el que arranca. Pero la trama no sigue la estructura habitual, y sólo vamos esclareciendo los hechos, de forma ocasional, como un mosaico que el pequeño Andreu va recomponiendo, como si en realidad fuera algo secundario, que no fuera importante. Y es que en realidad no es lo que nos quiere contar su realizador. Lo que en realidad nos cuenta Villaronga, es el proceso de la pérdida de inocencia de un niño, proceso en el que aflora todo lo malo que llevamos dentro, de forma que el despertar a la vida, a la sexualidad (con cierta aproximación muy sutil a la homosexualidad) y a la realidad de Andreu es una mirada negativa acerca de la oscuridad del alma humana.
Todo ello contado con extrema sutileza, sin trampas sentimentales, y si se quiere no exenta de crudeza, no tanto por los hechos que narra (excepto la secuencia inicial) sino por lo que transmiten sus imágenes y sobre todo lo que se deduce de ellas. Estamos ante un film inteligentemente dirigido por parte de Villaronga, y cuyas piezas encajan entre sí con la precisión de un relojero. Sin lugar a dudas se trata de una película que da mucho que pensar, algo poco habitual en nuestro cine, demasiado baqueteado por producciones facilonas y televisivas. Sólo por eso ya merece tenerlo en un lugar destacado dentro de nuestra filmografía.