Los éxitos (sobre todo comerciales) de "Gladiator" y "Black Hawk Derribado", seguramente animaron a Ridley Scott a emular a su hermano Tony a realizar cine de acción pero con un trasfondo más "serio". En esta ocasión, Scott nos lleva al turbulento siglo XII, en una Europa que se mueve entre la miseria y el misticismo, el caballero Godfrey (Liam Neesom), que va tierra santa a luchar con los cruzados, pero antes busca a su hijo ilegítimo, Balion (Orlando Bloom) para que le acompañe, éste sumido en una crisis de fe y una total desesperación tras el suicidio de su mujer, acepta.

En Jerusalem, se encontrará un panorama nada halagüeño, el reino cristiano se halla en las nobles manos del Rey Baldwin (un joven que sufre de lepra y se esconde tras una vistosa máscara, y tras la máscara Edward Norton) y su fiel ayudante Tiberias (Jeremy Irons), éstos tienen que luchar no sólo contra los musulmanes que quieren expulsar a todos los cristianos de allí, sino también con las diversas facciones que hay entre los cristianos que luchan por conseguir el poder, sobre todo teniendo en cuenta que su rey tiene problemas de salud.

Imprecisiones históricas al margen, el realizador nos ofrece un film nada complaciente, con una mirada, personificada en su protagonista, Balion, llena de amargura y desesperanza, en la que con la excusa de nobles y heróicas acciones se comenten los actos más deleznables. La trama, vista a través de los ojos de Balion, es un proceso de total descreimiento hacia los principales valores no sólo de su própia existencia, sino de la sociedad y la época en que vive. Partiendo de una situación de crisis de fé, éste acaba perdiéndola definitivamente precisamente en el lugar más santo de la cristiandad.

Se podría ver también que en el film subyace un reflejo de la actualidad, en que en nombre de la seguridad y lucha contra el terrorismo se están comentiendo auténticas barbaridades. Y todo esto lo reviste el director con una estética efectista espectacular. Quizás el principal problema del film es que el mensaje que quiere transmitir acaba ahogado en medio de tanto artificio, haciendo que el espectador se quede en la efectista puesta en escena y las secuencias de acción más que en una historia donde se pone en entredicho la nobleza y heroicidad de una época.