Damien Chazelle estaba malacostumbrado al éxito. Pocos casos se dan en el mundo del cine como el suyo, con dos super éxitos y dos películas tan laureadas como Whiplash y La La Land. Esta vez, ha apostado muy fuerte con First Man, una película biográfica de una figura tan importante y carismática para la historia americana como es Neil Armstrong. La apuesta es arriesgada y sale... pues bueno, regular.
Regular porque es innegable que la apuesta visual de la película es acertadísima. Todo es elegancia y brillantez en cada departamento técnico, en el que sobresale la superlativa banda sonora de Justin Hurwitz, colaborador habitual del director. La fotografía, los efectos visuales, el montaje... todo es excepcional. El reparto hace también un gran trabajo, especialmente la siempre excelente Claire Foy, una bestia de la pantalla, que igual te hace una reina de Inglaterra en The Crown, que una Lisbeth Salander, que te encoge el corazón como la sufrida esposa del astronauta más famoso de la historia. Especialmente brillante es también el comienzo, con ese aterrizaje forzoso en el desierto de Mojave, y las terribles consecuencias de la tragedia que sacude a los Armstrong nada más comenzar el metraje.
Y regular también porque, una vez concluye ese primer tercio tan extraordinario de la cinta, todo se convierte en un biopic de lo más convencional y, además, de ritmo excesivamente pesado (problema de alargar tantísimo el metraje... 134 minutazos que no hacían ninguna falta). Porque eso es lo que diferencia a First Man de las anteriores obras de Chazelle: es lo más convencional y comercial que ha parido el director, y termina sabiendo a poco para todos los que se enamoraron con La La Land o sintieron la electricidad que desprendían las baterías de Whiplash.
No es una película totalmente fallida, pero sin duda de un autor como Chazelle se puede esperar más. Y hay que esperar más.

Lo mejor: Claire Foy, extraordinaria, todo su comienzo (muy emotivo) y la factura técnica, impecable.
Lo peor: Es excesivamente larga y su narración no termina de apasionar.