Nueve años después de Pequeñas mentiras sin importancia, Guillaume Canet, de nuevo con su compañera, Marion Cotillard, al lado como su mejor colaboradora, presenta la secuela de aquella, un gran éxito del reciente cine francés.
Y, la verdad, sorprenden las malas críticas que ha tenido. Vale que Canet se pasa mucho con la duración, con esas dos horazas de metraje para contar una historia más (y creedme, es una historia de tantas) de un grupo de amigos que se juntan, se separan, se enfadan y se reconcilian entre ellos. Es totalmente cierto que la cinta no es nada del otro mundo. Sin embargo, se deja ver, los actores son buenos, y sus situaciones cotidianas nos pueden resultar cercanas y reconocibles como espectadores.
Correcta, sin más.