La chica del tambor es una producción elegante, claro que sí. No podría ser de otra forma siendo británica, adaptando a John Le Carré y siendo Park Chan-wook su responsable (no se pierdan su fabulosa Stoker, con Mia Wasikowska, Nicole Kidman y Matthew Goode).
Sin embargo, sorprende que el resultado sea tan justito. No es que la historia no sea interesante o que los personajes sean pobres, pero el ritmo es lento y la sosería de la propuesta acaba por abrumar a un espectador a quien le cuesta terminar sus seis capítulos. Le falta mucho entretenimiento, mucha tensión, mucha acción y mucha emoción, y le sobra tedio en muchos momentos. Una historia semejante de espionaje merecía más adrenalina y más intensidad.
Además, toda la miniserie depende en exceso del talentode Florence Pugh, su protagonista. Es una suerte que sea ella la elegida para dar vida a Charlie, porque la británica está siempre fabulosa, haga lo que haga. Ya sea una señorita decimonónica (Mujercitas), una dulce heroína shakespeariana (Rey Lear), una reina medieval escocesa (El rey proscrito), una moderna Lady Macbeth, una luchadora de lucha libre (Fighting with my family), una joven al límite de lo que su mente puede soportar (Midsommar) o simplemente ella misma probando platos típicos ingleses en un vídeo de Vanity Fair, Pugh siempre convence porque tiene una asombrosa capacidad para hacer creíbles sus personajes y para transmitir todas sus emociones. Tiene un carisma que arrolla, se come la pantalla cada vez que aparece, y de hecho el resultado se resiente mucho cuando ella no está presente. El amor de la crítica ya lo tiene. Su ascenso al Olimpo de la popularidad, Marvel mediante, se va a ver pospuesto temporalmente hasta que pueda estrenarse Black Widow, pero sin duda Florence Pugh es la actriz del futuro, la Meryl Streep de su generación (una generación ya posterior a la de Jennifer Lawrence, Emma Watson, Kirsten Stewart, Dakota Fanning o la mencionada Wasikowska). Y si no al tiempo.
También hay que mencionar a Alexander Skarsgard, con quien hace una fantástica pareja, un grandísimo actor consagrado ya para siempre gracias a Big Little Lies y que aquí hace de nuevo una estupenda interpretación.
En definitiva, una producción correcta, pero sumamente desaprovechada.

Lo mejor: Florence Pugh, inmensa, capaz de levantar ella sola una producción que, sin ella, sería mucho menos.
Lo peor: Le falta ritmo, intensidad y acción.