Wim Wenders, a sus 73 años, sigue haciendo cine. Encomiable y admirable, sin duda, cuando, por éxito, dinero y reconocimiento, podría haberlo dejado ya hace tiempo. Eso sí, otra cosa es que las películas sigan saliéndole como antaño.
En el caso de Inmersión, la respuesta es que no.
El gran problema de la película es que no tiene un objetivo. ¿Qué es? Ni Wenders lo sabe. ¿Es cine bélico? ¿Es un thriller político? ¿Es denuncia social? ¿Es un drama romántico? ¿Una aventura marina? Tiene un poco de todas esas cosas, y los ingredientes no se mezclan bien unos con otros para hacer un buen guiso. El ritmo es sorprendentemente bueno para la confusión en que está envuelta la historia, pero no es posible empatizar demasiado con los personajes, ya que sus actos son, igualmente bastante confusos (¿por qué a ratos Danny parece tan preocupada por James y en otros momentos le da completamente igual y sigue a lo suyo?).
Así, lo que mejor funciona y lo que la salva en última instancia de la quema es la parte romántica de la historia, la única que llega al corazón del espectador, sobre todo gracias a la calidad de James McAvoy y Alicia Vikander. Tanto el británico como la sueca son dos intérpretes de extraordinario talento, demostrado durante muchos años en películas de toda clase y pelaje, y aquí vuelven a enamorar a la cámara y al espectador con una química, además, exquisita.
En definitiva, un filme poco digno del estatus maestro de su realizador.

Lo mejor: James McAvoy y Alicia Vikander, dos fabulosos intérpretes con una química exquisita en pantalla.
Lo peor: ¿Qué es? ¿Qué quiere contar en realidad? ¿Hacia dónde va?