“Fue la mano de Dios” es una película que no va a cambiarte la vida, pues no va de mucho, ni deja una huella profunda por sus lecciones morales, su crudeza o su belleza. No tiene nada revolucionario, ni genial, pero es realmente divertida, fresca y sabe plasmar la cotidianidad de forma muy veraz.

Es una película que sabe sumergirse en los detalles y en las personas; y así crear una historia repleta de personajes erráticos, sin elevados constructos morales ni metas claras que alcanzar. No te vende una moraleja, ni una ideología, se centra en plasmar lo aleatorio de la existencia y el comportamiento humano. Así pues, lo mejor que se puede decir de “fue la mano de Dios” es que es necesaria dentro de un mundo narrativo que navega entre lo anquilosado de la narrativa clásica (demasiado económica y efectiva) y la superlatividad heróica de los nuevos productos (donde un mensaje grandilocuente y que se toma demasiado en serio suele opacar cualquier rastro de humanidad).

Y no sé si esto es lo que debería de ser el cine, si necesitamos una corriente naturalista, menos maniquea, menos épica, menos sentida, menos flipada y más relajada. Pero lo que sí sé es que siente como un soplo de aire fresco el no saber a la perfección qué es lo que va a pasar en la próxima escena, aunque aquello que pase, no sea de demasiada calidad.

Pues eso, una película para pasar un rato divertido y olvidarla a las 2 horas. Tampoco esperes una revolución cinematográfica, no inventa nada que no hayamos visto antes, ya que en cierto modo se siente como un refrito, algo descafeinado, de otras obras maestras del cine Italiano de Fellini, Tornatore, De Sica o incluso de Benigni. La diferencia es que es más difícil extraer una lectura de lo que realmente nos quiere contar, y eso, ahora mismo, me resulta muy refrescante.