Ni de niño me gustó en exceso porque esta película siempre ha sido más simple que el mecanismo de un chupito. El guión tiene un aire bastante pernicioso de cuento de hadas del montón, los actores quedan atrapados por el aura hortera del ambiente y el montaje es de locos. Imagináos: no hace más que empezar y ya te enseñan el supermonstruo que supuestamente será el plato fuerte del final, lo cual viola cualquier lógica cinematográfica, especialmente para una producción cara como lo fue esta en su día.

Y Harry Hamlin... Ya me gustaría a mí saber qué vieron en este chico, aparte de que funcionaba como el perfecto Ken para Judi Bowker, la perfecta Barbie. De hecho, es la elección del duo protagonista-romántico del evento uno de los elementos que más daña el resultado final.

Ahora bien: es muy bonito aún ver los efectos de animación del gran Harryhausen y, ante todo, verla con los críos de hoy para explicarles cómo se hacían los efectos especiales en el cine de ayer. Los comentarios de los boquiabiertos chavales son, a menudo, descacharrantes. Los mismos que al enseñarles un videojuego del Spectrum 64. Esto, por sí mismo, hace que resulte divertidísimo su revisionado en familia. Además, todavía tiene escenas dignas de recuerdo y que no han perdido fuerza, como la lucha de Perseo contra Medusa, realmente muy bien rodada.

Lo dicho: siempre fue muy simple y ha envejecido de pena, pero no es menos verdad que Harryhausen siempre es Harryhausen.