Vence y convence por encima de la versión de Tod Browning, pues, a pesar del impagable conde que interpreta Lugosi, termina por resultar demasiado teatral y, por ello mismo, poco cinematográfica. Frente a ello, esta revisión británica ideada desde la célebre -mítica- productora Hammer tiene encanto, buen ritmo y suple sus carencias presupuestarias con el gran trabajo tras las cámaras de un excelente artesano del cine, como lo era Terence Fisher, y un enorme duo actoral delante de ellas. Pocas cosas, de hecho, son tan recordadas por los aficionados al género como el duo Cushing-Lee que, curiosamente, se repitió en el cine mucho menos de lo que algunos imaginan o creen recordar.

De hecho, Christopher Lee se supo tan bien en el papel que dejó de hacerlo tras la tercera entrega por miedo a quedar encasillado y sólo retornó luego esporádicamente, tras aderezar su curriculum con otros papeles, sabedor de que para él interpretar a Dracula era algo parecido a un subsidio.

Decorados correctos, iluminación excelente, encuadres bien planificados, una partitura musical impecable... Nada le falta a esta cinta en la que no sobra ni un plano y que tiene bien medida hasta la duración. Tan bien realizada que se convierte en cita obligada de un aficionado que, tarde o temprano, siempre vuelve para revisarla, disfrutarla y rememorar muchos de los fotogramas que deja en la retina. Grande.

Coppola, que conoce muy bien este todo este cine anglosajón de la segunda línea pues se formó en la factoría de Roger Corman, ni siquiera intentó meterse con esta joya o trató de enmendarla. Su "Drácula" es otra cosa muy diferente, de otra dimensión dramática. Intencionadamente diferente creo yo.