Muchos de esos filmes y telefilmes de sobremesa que pululan por ahí queriendo darnos lecciones de moralidad y enseñando valores, deberían aprender un poco de La fuerza del cariño (qué título más cursi tradujeron, casi dan ganas de no verla por él). El caso es que todos sus personajes son tan reales que son a ratos agradables y a ratos odiosos (más esto último); pero es que si no fuera así, no sería una buena película, porque sentiría que los están manipulando para manipular los sentimientos del espectador, algo que sí es verdaderamente odioso. En mi opinión, eso es lo que de verdad tiene fuerza en esta película, que sabe presentarnos a unos personajes llenos de miserias pero sinceros en sus actos y sus palabras, llenos de problemas que no se solucionan cuando todo está en su peor momento y parece casi una obligación reconciliarse con el prójimo. La fuerza del cariño arroja verdad por los cuatro costados, porque refleja, a través de esas pequeñas grandes cosas, las dificultades de las relaciones familiares.
James L. Brooks demuestra su talento sobre todo en la dirección de actores, a los que sabe sacar todo el jugo. Como siempre, el mejor de la función es Nicholson, genial, y sus escenas con McLaine son de lo mejor de la película. A caballo entre la comedia y el drama, La fuerza del cariño es una buena apuesta para disfrutar una buena tarde de cine.