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Voto de alexterol:
8
Comedia José Luis, el empleado de una funeraria, proyecta emigrar a Alemania para convertirse en un buen mecánico. Su novia es hija de Amadeo, un verdugo profesional. Cuando éste los sorprende en la intimidad, los obliga a casarse. Ante la acuciante falta de medios económicos de los recién casados, Amadeo, que está a punto de jubilarse, trata de persuadir a José Luis para que solicite la plaza que él va a dejar vacante, lo que le daría derecho ... [+]
1 de enero de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se abre el espacio cinemático con un ademán de austerismo y crudeza, un escuadre cerrado nos deja constreñidos y ahogados. El plano de unas manos retorciendo un trozo de pan protagonizan la mirada, todo se concentra en esta pequeña acción, y el espíritu de Bresson se abre paso a paso, agigantando la toma —de escasos segundos, que nos recuerda la presencia de su cura rural—. Queda la acción en simple anécdota, o en recordatorio con acto referencial de lo que pudo ser y no parecía ser; no, Berlanga, aquí, nos propone una sátira capital sobre la pena de muerte, se aleja de su referencia y los planos comienzan a respirar presentando de forma velada la figura que hará valer todo su relato; con un susurro, casi inaudible, mascullándose “¿es el verdugo?” es como observamos la figura de un pequeño hombre cruzar el espacio, y es así, como por primera vez se abren las dos vías de acción, la de la crudeza mortal, y la de la risa reverencial, la que provoca ese afable hombrecillo que inexplicablemente es el brazo ejecutor de tan dolorosa acción. Es gracias a este personaje, o a su representación más bien, con la que Berlanga nos posiciona en un camino encrespado donde la mirada —social— se aparta de la ejecución y la huida constante se hace presente con la broma fúnebre como vehículo de esta ida hacia otro lado; primero con el anciano Amadeo (José Isbert), y después con su relevo, José Luis (José Isbert); ambos, parte del mismo elemento o paradigma, el de la inocencia prostituida por el estado, para vertebrar así su pena capital. Así pues, se van sucediendo de forma magistral las acciones con las que la huida se manifiesta: La noticia de un embarazo mientras de fondo, inamovible, crece la presencia de los negros coches funerarios; el funesto maletín, olvidado continuamente tanto por manos de Amadeo como de José Luis y la huida constante de éste de su inevitable deber. Es una huida hueca de esperanza, todo imposibilita la no acción y la sangre acaba manchando esa nueva pieza, puesta por relevo, inocente y trémula que, en una de las secuencias más representativas, atraviesa con más resignación que pena la estancia que precede su quehacer; el cemento blanco y la pulcritud de la estancia lo llenan todo, y allí, al fondo, vislumbramos la negra puerta por la que acaba cruzando José Luis. Se da por hecho, el crimen se ha cometido y la broma ha desaparecido. Solo queda la crudeza de la que al poco de empezar parecíamos habernos librado; la negra espalda social se muestra, se gira ante la injusticia y el film se cierra con una secuencia igualmente negra, la de los trajes de una sociedad ciega, surcando en un pequeño barco las aguas, ajenos a todo, ajenos a la muerte, incluso a la propia. Bresson no estaba tan lejos.
alexterol
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