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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Voto de Jean Ra:
8
Drama Auguste Rodin (1840-1917), a sus 42 años, conoce a Camille Claudel, una mujer joven desesperada por convertirse en su ayudante. Él rápidamente se da cuenta de su potencial y la trata como una igual en términos creativos. Después de más de una década de trabajo y de relación apasionada, Camille se separa de él, una separación de la que nunca se recuperará y de la que Rodin saldrá profundamente herido. La película también muestra algunos ... [+]
29 de julio de 2019
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si mal no recuerdo, ésta ha sido la quinta película que he visto de Jacques Doillon. No se trata de un director que me apasione y su obra, aunque significativa y personal, no conecta conmigo. Quizá son sus desafueros líricos, su guiones escritos con perfumes de Truffaut o esos trazos de Bresson demasiado crudo. Para narrar la vida de Rodin parece que ha modificado ligeramente su estilo y por eso me sorprendo viendo con agrado una película mayormente denostada. Es como si hubiese comprendido que para abordar la vida de un escultor hay que aproximarse a sus procedimientos, ofrecer esas viñetas de su vida de forma que el espectador pueda observarlo con detenimiento y construir su perfil cincelando con paciencia y detalle, con largos planos y dilatadas escenas que recreen la materialidad, que permitan presenciarlo con relieve y desde diferentes ángulos.

Estos mimbres biográficos se ofrecen óptimos para construir la millonésima historia sobre el artista atormentado, sin embargo Doillon impone una mirada sobria y contenida, una representación sumamente naturista y busca contextualizarlo para mejor entenderlo. Efectivamente, vemos a un señor muy seguro de sí mismo y de su arte, algo brusco y seco en el trato, y cierto aire taciturno. Mas cuando por ejemplo se le pone al lado de Victor Hugo, homérico entre los homéricos, que no tolera que el artista que le ha de inmortalizar le tome medidas y apenas se molesta en tratarlo, vemos que el león no es tan fiero.

El recorrido que emprende Doillon ha mantenido todo mi interés. Las dos líneas maestras que predominan en el flujo de imágenes, su relación con Camille Claudel y la creación de su estatua de Balzac, permiten despiezarlo con naturalidad y comprender hasta qué punto la materia sólida era importante para un hombre que aprendió su arte de las nubes, los árboles y la catedral de Chartres, un artista que hizo del barro una materia de primer orden y relegó al oro como la última. Y ennobleció las piedras. Ahí está el valor del artista: ser capaz de exponer a la vista las cosas ocultas y conseguirlo sin respetar las convenciones, con las que no se viaja demasiado lejos.

Aparte de las cualidades intrínsecas de este título, también lo encuentro particularmente interesante al compararlo con el "Camille Claudel 1914" de Bruno Dumont, que expone el otro lado de la historia entre los dos artistas. Dumont adopta el punto de vista subjetivo de ella y por eso culpabiliza a Rodin, se le expone como un ogro abusón y aprovechado. Hasta cierto punto Doillon coincide con él. Al final de la cinta, por boca de un representante de Claudel, se le lanza esas acusaciones de plagio que retumbaron en la torturada cabeza de la escultora. Doillon no parece otorgarle demasiado crédito a esas acusaciones y en cambio apunta que el origen del conflicto quizá se ubique en el voraz apetito mujeriego de Rodin.
Doillon, por su lado, intenta excusar a Rodin sin demonizar a Camille. El gran desencuentro entre ambos surge por varios motivos. Por un lado Rodin era más apolíneo, más sereno y regular; Camille era más dionisíaca, temperamental y bulliciosa. Difícil compatibilizar temperamentos tan dispares. También está el machismo rampante de la época, cuando se criticaba y no se toleraba que una artista representara un cuerpo desnudo y además se la anulaba públicamente al citarla siempre en relación con el famoso escultor y no por ella misma. Rodin no parece comprender esto. En cierta escena él intenta animarla, alaba su obra, Camille le reprocha su éxito y ninguno de los parece entender que la culpa no es de ninguno de ellos dos, sino de los valores y un punto de vista discriminatorio e injusto.

En resumidas cuentas, me ha parecido una obra sumamente enriquecedora por su acurada visión histórica, por las atmosféricas escenas y por la honestidad con la que se nos muestra a Rodin, sin abundar en tópicos o paños calientes que lo desdibujen y lo hagan más convencional y neutro. En vista de la acogida recibida, no es exagerado afirmar que, como a Rodin le pasó con su estatua de Balzac, hay que pagar un precio por salirse de las fórmulas y recibir incomprensión y reproches no siempre justos.
Jean Ra
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