Siguiendo la senda iniciada en 1962 con La Jetée, Jean-Luc Godard propone en esta cinta un acercamiento de la Nouvelle Vague a la ciencia-ficción. En la línea de autores como Orwell o Bradbury (que posteriormente adaptaría Truffaut), la acción se sitúa en un futuro distópico en el que las vidas de los habitantes de la ciudad de Alphaville están controladas por Alpha 60, un ordenador que prohíbe todo aquello que considera irracional, como llorar. Los que incumplen esta prohibición, son condenados a pena de muerte y ejecutados en una singular ceremonia que incluye un número de natación sincronizada.

Alphaville es una propuesta personal de Godard, un ensayo futurista que reflexiona sobre la condición humana y el devenir utilizando el neorrealismo como excusa. Los muchos elementos que adopta del cine negro proponen una perspectiva alejada de los clichés del cine de fantasía de los 50, resultando más densa y con un trasfondo filosófico más intenso que en aquellas. Aquí, el totalitarismo y la violencia se abordan bajo un enfoque irónico y arriesgado, que poco tiene que ver con los rayos de la muerte de los "platillos volantes".

Sin embargo, la particular estética de la nueva ola gala les sienta mejor a las calles de París que a las de Alphaville. El neorrealismo no parece demasiado apropiado para una obra futurista y la esencia de la ciencia ficción queda un tanto difusa en lo propuesto por el director, y en parte también por lo limitado de sus recursos, que terminan por no acabar de convencer al espectador de la de singularidad de Alphaville.

Aún así, resulta una película tremendamente atractiva para los seguidores de la Nouvelle Vague, de la ciencia ficción, o de ambas.