Estos refugiados no son ni mucho menos los supervivientes de ningun catástrofe, como se les hace creer, sino que son producto de ingeniera, clones, creados para alargar la vida de las personas de verdad. Lo que el personaje de Bean ofrece es, por ejemplo en caso de accidente a alguno de sus clientes, la posibilidad de contar con un clon idéntico a él que le sirva como repuesto. Si el hígado del cliente es dañado, la empresa no tiene más que extraer el hígado del clon y realizar un transplante, lo que mataría al clon. A los clientes se les hace pensar que estos (los clones) viven en estado vegetativo, por lo tanto ni sufren ni padecen.

Aquí entra en juego otro punto de la historia, que da nombre a la película. Cada vez que se necesita un clon porque el cliente así lo requiera, se produce una lotería entre los clones. El afortunado ganador será obsequiado con un viaje a "La Isla", último paraiso habitable de la "contaminada" tierra. Cada vez que uno de ellos gana la lotería, ciertamente gana el pasaporte a un "paraiso", el cielo.