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España España · Córdoba
Voto de poverello:
8
Drama Una niña de 6 años y sus amigos pasan el verano en un pequeño motel muy próximo a Disneyworld, mientras sus padres y el resto de adultos que les rodean sufren aún los efectos de la crisis. (FILMAFFINITY)

16 de mayo de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Elena es madre soltera, tiene dos nenas menores de edad, ni un jodido ingreso mensual fijo y vive en un alquiler social en un barrio de exclusión de Córdoba capital. Cuando saca algo de pelas tras ir pidiendo a propios y extraños de aquí para allá compra ajos o perfumes y se pasa buena parte del día tratando de venderlos un poco más caros de lo que los pudo comprar. A veces resulta difícil saber cómo sobrevive sino fuera por la buena voluntad de sus vecinas y de algún que otro tendero de la zona que, sin tener demasiado dinero, no deja de fiarle a pesar de las pocas esperanzas de que en alguna ocasión Elena pueda ponerse al día.

Elena no dispone de demasiado tiempo para tener sueños (sus hijas aun sí), y a lo poco que aspira es a dejar de tener miedo de que, algún día, servicios sociales le retire la custodia de sus hijas, por más que le diga uno cada dos por tres que situaciones peores se han visto y que la Junta no tiene demasiado interés en invertir el dinero en centros de menores. No retiran una custodia ni aunque fuera un acto de caridad.

El caso es que con sólo cambiar el nombre de Elena por el de Halley, la mami protagonista de «The Florida Project», sumarle una hermanita a Moonee, su hija de seis años, y situar la acción en Estados Unidos en vez de en Andalucía para que todo encaje de una manera tan absolutamente perfecta y demencial que no hiciera falta ser un lince a la hora de darse cuenta de que la pobreza y la exclusión son idénticas en todos los países occidentales. ¿Por qué? Porque el capitalismo es igual de mierdoso en todos los países occidentales; destruye todo lo que toca y fagocita lo que no desea ser tocado.

El director Sean Baker sabe de lo que habla, mucho, no podría decirse que demasiado, pero lo parece, y los paralelismos de marginación mantienen unas líneas paralelas que asustan e indignan, porque muestran bien a las claras la asquerosa sociedad del descarte, donde tanto tienes tanto vales, y un método que pretende ser infalible para vivir felices: mantener a quienes peor lo pasan en los márgenes y haciéndoles responsables de cuanto les sucede.

Hay que controlar a la peña de los guetos, que DisneyWorld se encuentra apenas a varias millas, y con una cadencia demasiado habitual sobrevuelan la zona helicópteros de seguridad. Igual en Córdoba, que el Carrefour, el Hipercor y los edificios VIP están a dos manzanas, aunque somos algo más cutres y lo que se escuchan de forma ya intrascendente son las sirenas de policía. Halley manga pulseras, de Disney, que es lo que tiene más a mano; Elena manga en el Carrefour, porque le pilla cerca, y su familia ferralla en alguna nave o fruta en el campo. Y también tienen Halley y Moonee su tendero solidario, en las manos y palabras de Willem Dafoe, gerente de las habitaciones en las que malviven y que no pueden pagar.

Y Sean Baker también ha sido listo en otros planos. Por dos motivos fundamentalmente. Eligiendo a un elenco de actores no profesionales (salvo gloriosas excepciones) que infunden un hálito de veracidad a todo cuanto sucede y que proyectan de nuevo una sombra alargada sobre esa Academia de Hollywood firmemente empeñada en arriesgarse muy poco en sus nominaciones. Y en segundo lugar dirigiendo como si no dirigiera y logrando con los planos y los enfoques de cámara que el público siente que forma parte de la acción, como indeseado protagonista de cuanto sucede.

Resulta evidente que el capitalismo y el neoliberalismo tratan de hacernos perder la esperanza, de dejarnos martillear por el miedo y vencer por el individualismo, pero no es menos cierto que juntos somos guerrilla y que, contra cualquier prohibición y barrera, podemos correr sin detenernos como un niño que no entiende de imposibles en pos de ese castillo de sueños que nunca se han merecido unos más que otros. Aunque para descubrirlo hay que abrir los ojos, y entonces no se podrá ya dejar de ver. Igual que lo hace el tendero de mi barrio, o Dafoe, o tanta buena gente de la que poco se habla, pero eso implica mancharse, meterse en el fango, sufrir con el otro. ¿Y quién leñe quiere sufrir?
poverello
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