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Voto de Chris Jiménez:
7
Drama Dura y polémica película sobre la corrupción policial. Un policía (Harvey Keitel) agobiado por las enormes deudas contraídas en el juego y que comete toda clase de abusos de autoridad, decide replantearse su vida y su profesión cuando investiga el caso de una joven monja que ha sido violada. (FILMAFFINITY)
26 de abril de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Camina sobre un suelo tembloroso, sus pasos se dirigen hacia ninguna parte, resquebrajadas las paredes, en el mundo surgido no existen límites...
¿Puede quedar algo en el fondo? ¿Piedad?, ¿redención?, ¿perdón?

Según Abel Ferrara sobre "El Rey de New York", "O no fue a verla nadie o a los que fueron no les gustó nada, así que no hizo ningún dinero", pese a su buen recibimiento en varios festivales. Atascado por el fracaso tras invertir tantos años su siguiente proyecto parece ser algo que ha de llegar en el momento oportuno y en el lugar adecuado; el breve tratamiento que su reencontrada amiga Zoë Tamerlis Lund ha escrito le inspira y ve en ello un desafío a esa época de su vida. Pero Christopher Walken rechaza ser el protagonista, no puede ofrecer lo que requiere, y así se lo dice al director a tres semanas de filmar...
El esfuerzo de "Teniente Corrupto" es un salto al vacío con los ojos vendados, las piernas y brazos atados y sin cuerda, puro ejercicio suicida de "mavericks" demasiado ocupados en el proceso creativo como para sopesar los riesgos. Harvey Keitel, encarando un divorcio y rondando en las drogas, describe su aceptación del papel, tras haber tirado de primeras el guión a la basura, como el final de un trayecto en el que había descendido a la oscuridad total. La piel de la oscuridad es lo que iba a arañar una vez entrase por la boca del teniente corrupto que da nombre a la película.

Ya aparece iracundo, con sus expresiones faciales contraídas, cuando lleva a sus dos hijos al colegio; un poco de cocaína directa a la nariz. De ahí a un homicidio en pleno centro neoyorkino, y sus ojos brillan ante los redondos senos de una de las chicas asesinadas. Un partido entre los Dodgers y los Mets que es la crónica de una muerte anunciada; en el caso del teniente, un incentivo para terminar de machacar la poca fe que le queda. En lo único que cree este espécimen cuyos pasos dejan un olor a podredumbre capaz de revolvernos el estómago es en su recalcitrante negativa a la derrota, incluso cuando en su vida ya está más que derrotado.
Esa vida se muestra en toda su transparencia gracias a la cámara de Ferrara, que desnuda la realidad con una aspereza documental captando las rugosidades de ese entorno urbano sucio, bullicioso y asfixiante, filmando casi sin permiso, entre transeúntes. Y el teniente pasa por estos espacios como ajeno al mundo que le rodea y habitando el suyo propio, alimentado de rencor, rabia, adicción, indiferencia más absoluta y cínica. En una habitación teñida de negro y rojo en la que asiste a raros shows sexuales y sesiones intensas de drogadicción, suena "Pledging my Love", y se aprecia la influencia de Scorsese, igual que la de Schrader y Cassavetes en ese crudo descenso al infierno personal.

Pero ni ellos serían capaces de capturar tal asqueroso hiperrealismo. Cuando estamos viendo a Tamerlis clavarse la aguja en el brazo e inyectarse heroína es ella inyectándose frente a la cámara sin trucos que valgan. "Los vampiros tienen suerte, nosotros tenemos que consumirnos", improvisa con desaliento tal sentencia. Esta realidad que por su desviación a la oscuridad psicológica alcanza instantes de pura abstracción halla una brecha inesperada: al teniente le sobresalta un sueño donde una monja es brutalmente violada en grupo en un altar. Sueño que se convierte en un caso policial (basado en hechos reales sucedidos en New York poco antes).
Como el sacerdote Karras con el exorcismo de Regan, este suceso podría ser una señal para iluminar a aquél su ennegrecida alma, incluso hacerle recuperar algo de esa fe que se le ha escapado entre alcohol y drogas y que ha llegado al cenit de la degeneración más mísera realizando un espectáculo de mímica sexual en plena calle con dos menores de New Jersey (una de ellas la niñera del propio Keitel) a cuyo coche se le ha roto un faro (nauseabunda e improvisada secuencia que pone a prueba todos los límites morales del espectador). ¿Seríamos capaces de empatizar con un diablo de tal calibre?

Ferrara no sólo nos lo afirma sino que nos fuerza a ello. Sin una trama concreta y por desgracia desaprovechando muchísimos puntos fuertes y detalles (nunca hay una esposa con la que interactuar, ni una familia, ni compañeros, aunque luego uno se pregunta si en realidad sería necesario...), la violación de la monja por la que se ofrece una recompensa de captura se alza como el tema central. Y si ella se fuerza a empatizar con sus agresores nosotros hemos de hacelo con el teniente, quien sólo contempla venganza en dicho caso y se derrumba cuando la mujer hace eco de una piedad inquebrantable (y una estupidez también). ¿Pero existe piedad en un mundo tan ruin y con un ser como él promulgándolo?
Tamerlis y Ferrara nos hacen creer que sí. Pero no, no para todo hay redención, ni debería existir tal derecho, en lo que se deriva a una idea indulgente, ingenua, y más cuando se usa para ello el poder en la fe cristiana, en Dios y en Jesucristo (primero a través de símbolos que no dejan de rodear al protagonista, más tarde personándose éste con sus heridas de la cruz en un momento impactante de delirio y rendición ante el pecado), y el intento de realizar un cambio vital, un viaje último de salvación, por absurdo que sea, avivando la fuerza de una conciencia redentora.

El viaje ha sido descarnado y doloroso, primero hacia las zonas más recónditas, más infernales de la condición humana, luego hacia raros parajes de luz de piedad cristiana. No se puede decir que este movimiento inverso sea creíble en última instancia, pero Keitel se desgarra la piel y el alma con una convicción tan poderosa que a uno sólo le queda dejarse arrastrar por él.
Tan aplaudida como prohibida, el actor y Ferrara tuvieron que probar a hundirse en la oscuridad para salir de ella como el teniente habiendo alcanzado entonces el reconocimiento, nacional e internacional. Si aún no lo había demostrado, este último ya pudo posicionarse entre los autores más valientes de la Historia del cine.
Chris Jiménez
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