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Voto de Chris Jiménez:
6
Comedia Japón, años 50. Como todos los días, los miembros de una familia se disponen a afrontar sus problemas, sueños y realidades. El padre, con los altibajos de su trabajo y las exigencias que impone la educación de los hijos. La madre, administrando los ingresos familiares y atendiendo a las múltiples complicaciones de la vida doméstica. Y los hijos obsesionados por tener televisión en casa, y uno de ellos enfrascado en sus estudios y ... [+]
12 de diciembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se alza el Sol y cada uno de los vecinos debe comenzar sus quehaceres diarios: preparar la colada, hacer el desayuno para la familia, despertar a los niños para mandarlos al colegio y otras cosas.
Y entre ellas uno no puede olvidarse de mantener las formas y de saludar con el clásico "ohayo-gozaimasu".

Había llovido desde que la primera película en color fue realizada en Japón por Keisuke Kinoshita, pero muchos realizadores tardaron en adoptar esa nueva forma de cine; a Yasujiro Ozu la oportunidad le llegó, y casi por imposición del estudio, con su mordaz y dura "Flores de Equinoccio". Entre medias de ésta y de una especie de revisión del clásico "Historia de una Hierba Errante", no dirigida para su estudio sino para Daiei, y quizás porque ya se le está reconociendo más allá de su país natal (al ganar "Cuentos de Tokyo" en algunos festivales internacionales), decide filmar una comedia.
Como punto de inspiración se recuerda "He Nacido, pero...", uno de los más memorables trabajos de su primera etapa, y "El Coro de Tokyo", cuyas historias están enfocadas (parcialmente) desde el punto de vista de los niños; así comienza "Ohayo", con Zennosuke, Kozo y los dos hermanos Minoru e Isamu dirigiéndose al colegio, niños que se divierten, como niños que son, con las mayores tonterías y que no pueden apartar la vista de la televisión, lo cual será objeto de afilada crítica por parte de Ozu y Kogo Noda. Pero la situación es distinta a la presentada en 1.932, y lo importante no es tanto más el comportamiento de los pequeños como el microcosmos en el que moran y el cual se alza a su alrededor.

Ese microcosmos es una pequeña comunidad de vecinos donde, como en cualquier otra, cada uno de sus integrantes lidia con sus propias vicisitudes, ilusiones, tragedias y rutina; allí todos se conocen muy bien y todos saben qué se cuece en cada casa por mucho que se mienta para guardar las apariencias (lo más importante, según parece): un marido sin trabajo que no deja de regresar alcohólico, un hijo demasiado suelto del vientre o una madre con la cabeza desgastada por la edad. En el exterior, también como en toda comunidad, se práctica el chismorreo, la hipocresía, la calumnia y el desprecio en sordina.
Se modela el reflejo de la sociedad japonesa en ese vecindario, una sociedad que a finales de los '50 está cambiando mucho donde se enfrentan (otra vez en el cine del director) la cara moderna y la tradicional, situándose la primera en la vivienda de esa chica joven que viste muy a la moda occidental, tiene televisión y pósters de films extranjeros ("Fugitivos", la francesa "Los Amantes"); eso sí, no se tocará el tema del matrimonio por primera vez desde "Primavera Tardía". Ozu y Noda radiografían la dificultad de la vida profesional para el hombre maduro, con marcada melancolía.

La película está así más emparentada con "Memorias de un Inquilino", donde también se disponía una comunidad de vecinos (aunque todos unidos para superar la desgracia de la guerra), o "El Sabor del Té verde con Arroz". Sí es cierto que habrá un conflicto con el padre, pero a diferencia de lo sucedido con Keiji y Ryoichi se dará por algo tan banal y estúpido como es la manía de comprar un televisor; esta pelea es también el reflejo del choque entre una generación y otra, aunque Ozu se olvida de temas demasiado trascendentales y lo enfoca todo desde un punto de vista muy lúdico, a veces absurdo (los "chistes" de flatulencias son de no creérselo).
Son criticadas la testarudez y mal comportamiento de los malcriados niños, y a la vez también se observa la forma de ser tan cínica de esos adultos que sólo se dedican a quejarse, acusar al prójimo sin saber nada y parlotear de cosas insignificantes que no llevan a ningún sitio; no se deja títere con cabeza. Mientras, un profesor de inglés sin empleo da clases en casa, y el inglés, claro, está muy presente para los pequeños (que a menudo lo hablarán), y la televisión se presenta cómo un mal difícil de extirpar en la sociedad actual, un trasto invasor que atonta, pervierte y es capaz de destrozar el seno del hogar.

Tiene a bien quejarse Ozu en boca de su álter-ego Chishu Ryu (quien no se corta a la hora de decir que se trata de un cacharro con el que la sociedad se irá a pique y todos se volverán más imbéciles), pues veinte años más tarde será precisamente la popularidad de la televisión y el vídeo los que lleven al cine a una etapa de mediocridad y baja popularidad; esta crítica es muy necesaria y comprensible, visto el film hoy día. De hecho, al contrario de cómo se desenvolvían los problemas para los hermanos de la versión original, que aceptaban y comprendían la situación del padre de una forma madura, aquí los progenitores harán por satisfacer sus caprichos y finalmente se saldrán con la suya.
Además de Ryu, quien ofrece una actuación cuando menos discreta, tenemos la presencia de grandes actores como Kuniko Miyake, Eijiro Tono, Sadako Sawamura, Haruko Sugimura (otra vez detestable) y Keiji Sada que, sin embargo, se prestan a unos personajes quizás demasiado planos teniendo en cuenta lo que el director suele ofrecer normalmente. Los niños también acaparan la atención, pero la pareja Koji Shitara y Masahiko Shimazu no resultan carismáticos como los de "He Nacido, pero...", más bien aborrecibles hasta el punto de desear haber visto al padre cogiendo la televisión en brazos y estampándosela en sus respectivas cabezas.

Resulta curioso cómo el nipón, que desde hace tiempo ha abrazado el melodrama con un sentido del humor negro y afilado, decide desviarse por un momento hacia una comedia más ligera y mundana, con sus mismos personajes de siempre, tan cotidianos y humanos, pero ubicados en situaciones mucho menos ásperas.
Sería además la primera obra de Ozu en estrenarse en EE.UU., quien vuelve pronto al drama con la superior "La Hierba Errante". Lo más destacado es el vivo color que brinda la fotografía de Yuharu Atsuta.
Chris Jiménez
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