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Voto de Chris Jiménez:
7
Comedia Fletcher Reede es un abogado ambicioso y sin escrúpulos, que utiliza la mentira como un medio habitual de trabajo. Su hijo de cinco años, harto de promesas incumplidas, pide un deseo el día de su cumpleaños, que su padre no pueda mentir durante veinticuatro horas. (FILMAFFINITY)
30 de marzo de 2017
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De lo mil millones de momentos que este film ofrece, arrastrados por el desenfreno humorístico de un Jim Carrey que volvía a casa completamente exhausto después del rodaje, hay uno en particular que parece que no, pero sobresale entre los demás.
La frase estrella: "¡Soy un miserable cerdo!".

Imponente momento, justo cuando Fletcher está perdiendo los nervios al no poder practicar su afición favorita: mentir; no sabe por qué, pero debido a esto se empieza a derrumbar y una anterior secuencia excesiva con un peligroso bolígrafo azul lo confirma. Entonces, en el colmo de su angustia su dulce secretaria Greta le recuerda que debe ir a buscar a su hijo Max al colegio; y aquella es la respuesta que le da...y queda mudo, mirando extrañado a un lado, pues ha dicho la pura verdad. Es un golpe no sólo al estómago sino a los principios éticos de un terrible padre que no los tenía, y que había moldeado su existencia con la forma del cinismo más sinvergüenza.
Necesita de todos esos incidentes para que, aun por unos segundos, se muestre como es realmente, y ya sin capas lo diga a la pantalla a voz en grito, una delicia de secuencia; ojalá todos y cada uno de los individuos que existen se concedieran esos instantes para expresar lo que son, con la honestidad en un puño, sin prejuicios. Pero es el sr. Carrey quien lo hace, otra vez de "héroe" anónimo el cual debe pasar por unos hechos estrafalarios y fantásticos para plantearse un cambio vital, tras el pequeño desvío que supuso en su trayectoria cómica la negra, ácida e igualmente exitosa "Un Loco a Domicilio".

"Mentiroso Compulsivo", concebido a principios de los '90, es uno de esos proyectos que uno no sabe cuánto ha de pasar para llevarse a cabo; al principio destinado a Steve Martin o Eddie Murphy, luego a Mike Myers, quien resultará estar muy ocupado con "Austin Powers", el nativo de Ontario se mete a conciencia en este papel (la broma de "la garra" la hacía su propio padre), que versa sobre una desastrosa desprotección paternal por parte de alguien que ha preferido dedicar su empeño en labrarse un prestigio en el trabajo, y es tanto más mordaz ya que sucede en el seno del mundo de los abogados, los jueces y los palacios de justicia.
Aquél sorprende al combinar sus clásicos "tics" del "slapstick" con un enfoque más maduro, y los primeros veinte minutos son los que ofrecen esa mayor carga dramática, sobrevolando el espíritu de John Hughes o Chris Columbus, ganando importancia el pequeño Max y enlazando con ese cine al hacerle responsable del giro "fantástico" que va a tomar el guión y del control sobre la existencia de un adulto (esta obra no habría desentonado en los años '80). Cuando esto sucede se convierte en un vehículo para las locuras de Carrey, sí, pero sin perder ese trasfondo oscuro sobre la presencia de la mentira y su poder de manipulación y destrucción en todos los aspectos de la sociedad.

Al actuar la "maldición" de Max la existencia del padre, meticulosamente construida alrededor de la apariencia y la falsedad, se viene abajo, y así su cordura, incapaz de aceptar su nueva condición, que no encaja con la del sistema al que pertenece (un bufete de abogados, nada menos, imperio de corrupción, calumnia y mentiras; casi siempre ha sido así representado). Y hay que aceptarlo: ello da pie al actor a revolverse sobre sí mismo plasmando con cada espasmo de su cuerpo el desmoronamiento del personaje, algo alejado de los individuos más simpáticos de Carrey.
El Stanley de "La Máscara" era un perdedor por quien se debía sentir compasión, al igual que los futuros Truman Burbank, Charlie Baileygates o Bruce Nolan, pero Fletcher es un tipejo desagradable, insoportable y ambicioso, necesitado de un cambio radical a puñetazos, por ello a la película le parece genial que el público se ría de sus continuas desgracias e intente hacer que simpatice no con él, sino con el niño, harto de tanto cinismo adulto; y se logra, pues ponerse en su piel y entender su dolor, si se han tenido unos padres similares, no es nada difícil (en mi ejemplo personal mi madre, mentirosa de tomo y lomo, así que hablo con conocimiento de causa...).

En el colmo de la desfachatez, Fletcher lucha por mantener a flote un juicio donde una repugnante mujer (Jennifer Tilly haciendo de Jennifer Tilly, y dándosele de maravilla) ha de ser declarada ganadora de un divorcio sin pies ni cabeza, en la cual podrá reflejarse una vez los hijos medien en todo ello. Por suerte Tom Shadyac comprende las posibilidades ilimitadas de su colega Carrey y le deja el espacio suficiente para desatar sus payasadas mientras se dedica a condenar la corrupción (o más bien ignorancia) del sistema de justicia y analizar el daño de una mala paternidad en los hijos, la pareja y el propio individuo.
Las contrapartes elegidas no dejan de ser un apoyo del protagonista, siempre a su sombra: Maura Tierney como una madre sosa y sin sangre, Cary Elwes de mameluco amable y derechazo a la envidia del anterior (mientras uno es un abogado que vive de la desgracia ajena el otro trabaja en un hospital ayudando a los demás), Justin Cooper justo y creíble en su papel y Amanda Donohoe desaprovechada en extremo (habría sido una enorme "femme fatale"). Sólo Anne Haney y Jason Bernard sorprenden gracias a sus sutilmente humorísticas interpretaciones.

Pese a pecar, igual que podría haber ocurrido de estar Hughes tras la cámara, del tan típicamente norteamericano "happy ending" para lograr la mueca mojigata del público y tal vez alguna lágrima fácil (que nadie se traga ni quiere tragarse ya que es una gilipollez como una casa), la película hace olvidar la controversia de "Un Loco a Domicilio" y supera en tres veces su recaudación en taquilla.
Por otra parte, si uno atiende a sus desvíos más dramáticos, porque los hay, sirve de trampolín a Carrey para hacerle dar un salto cualitativo en su carrera: "El Show de Truman", la que todo lo cambiaría.
Chris Jiménez
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