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Voto de Chris Jiménez:
9
Drama. Fantástico. Terror En el Japón medieval, la madre y la esposa de un guerrero esperan su vuelta del frente. Sobreviven engañando a los soldados perdidos en los campos, a los que asesinan para luego vender sus pertenencias... (FILMAFFINITY)
30 de mayo de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los pastos plateados se mecen con la brisa mientras el silencio es lo único que reina bajo un Sol abrasador, aunque entre las cañas se esconde la letanía de un terror subterráneo.
Muchos misterios permanecen ocultos en esos vastos campos, así como ancestrales leyendas que hablan de deseo, venganza, castigo y lujuria.

Ese es el escenario donde tiene lugar esta historia, que transcurre a mediados del siglo XIV, cuando se está librando la gran Batalla de Minatogawa. Una anciana y una joven, en realidad suegra y nuera, se aprovechan de la mala suerte de los guerreros, que se aventuran a los campos de cortaderas, para matarlos y vender sus pertenencias (de algo tienen que comer). Entonces aparece Hachi, un amigo del marido de la joven que ha sido asesinado durante la guerra y que poco a poco sentirá deseos por la chica (como es lógico, tras haber estado tanto tiempo entre hombres); la anciana no puede permitir que la aparte de su lado, aunque la ausencia de un marido también la hace sucumbir a sus instintos.
Todo cambia con la llegada de un samurái que porta una siniestra máscara. Los cambios que la década de los '60 produjeron en la manera de pensar quedaron bien reflejados en el mundo del cine; en la industria japonesa se estaba empezando a fraguar un movimiento no carente de polémica influenciado por la "nouvelle vague" francesa, donde se tratarían temas tabúes de lo más espinosos en contra de las ideas tradicionales que mantenían Ozu o Mizoguchi. Los maestros Oshima e Imamura, quienes levantaron polvaredas de controversia con sus films, son considerados los máximos exponentes del movimiento.

Sin embargo, no hay que olvidarse de otros cineastas que sin duda ayudaron a definirlo, como Seijun Suzuki, Hiroshi Teshigahara, Yasuzo Masumura o el mismo Kaneto Shindo. Dedicado a reflejar las inquietudes, obsesiones, miedos y naturalezas del individuo, haciendo especial hincapié en el ámbito del deseo sexual, este director ha mantenido un retrato intimista y cercano de sus personajes durante toda su obra, donde destacan "Vivir Hoy, Morir Mañana", "El Gato Negro" o esa joyita que es "La Isla Desnuda". Tras la interesante "Madre", Shindo tomaría prestada una leyenda de raíces budistas que sería la base para "Onibaba", quizá su obra definitiva.
Ese es uno de los más importantes aspectos. El director, como buen miembro del movimiento al que pertenecía, desmitifica y tergiversa algunos de los elementos japoneses más tradicionales: no sólo se sirve de una superstición religiosa para reprimir los más naturales instintos y pulsiones del ser humano, sino que la siempre glorificada figura del samurái aquí es asesinada por dos mujeres y despojada de sus pertenencias, así como el patético Hachi (que poco tiene que ver con los héroes de las épicas hazañas de Kurosawa), un combatiente que ha huido de la guerra abandonando a un amigo y, para colmo, termina acostándose con la mujer de él.

Aunque si hay algo que hace especial a "Onibaba" son sus atmósferas. Shindo nos sumerge en ese campo de cortaderas (susuki, en japonés) donde pululan sensaciones que dominan el espíritu de los humanos y terminan por precipitarlos a un aciago destino del que no pueden huir, cuya esencia se haya impregnada en cada palmo de tierra y en cada tallo de caña; el deseo sexual es el principal protagonista, lo que se manifiesta en el salvaje erotismo encarnado por Jitsuko Yoshimura (semejante al que mostraron Harriet Andersson en "Un Verano con Mónica" o Kyoko Kishida en "La Mujer de la Arena").
El director abandona así el dominio del relato por la pura espontaneidad carnal apoyándose en múltiples simbologías y metáforas, aunque no cesa su crítica a la conservadora sociedad japonesa o sus crudas alusiones a la 2. ª Guerra Mundial. Ese ambiente de ensoñación que recorre todo el film, tan perverso, violento, sugerente y fascinante, se ve reforzado por aspectos técnicos como el uso del "slow motion", los espectaculares efectos atmosféricos, la estridente música de Hikaru Hayashi o la bellísima fotografía de Kiyomi Kuroda, que junto a la iluminación da un toque de lo más surrealista a las imágenes.

Aparte de su esposa Nobuko Otowa, que brinda una magistral actuación, el director se rodea de habituales colaboradores (exceptuando a Yoshimura) como Taiji Tonoyama, Jukichi Uno y Kei Sato, quien hace un papel irritante y detestable a más no poder.
Minimalista, oscuro, lleno de sudor, sangre y deseo, aunque inclasificable por la inmensa paleta de sensaciones que ofrece, "Onibaba" es un excitante cuento de terror donde las pulsiones cobran vida más allá de las formas tangenciales de la razón dejando un rastro de ambigüedad y misterio desde el comienzo hasta ese inolvidable epílogo donde lo fantasmagórico toma posesión del mundo cotidiano.

Joya inmortal del contestatario cine japonés de los '60 y obra maestra de Kaneto Shindo.
Chris Jiménez
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