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Voto de Chris Jiménez:
10
Drama Kanji Watanabe es un viejo funcionario público que arrastra una vida monótona y gris, sin hacer prácticamente nada. Sin embargo, no es consciente del vacío de su existencia hasta que un día le diagnostican un cáncer incurable. Con la certeza de que el fin de sus días se acerca, surge en él la necesidad de buscarle un sentido a la vida. (FILMAFFINITY)
24 de mayo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
...malgastar la vida concebida es una profanación contra Dios. El hombre debe ser codicioso en vivir; la codicia es considerada como un vicio, pero […] la codicia es virtud, especialmente aquella que sirve para gozar de la vida".

Mientras Japón está viviendo un milagro económico, un renacimiento social y político levantando su cadáver quemado e intentando limpiarse las cenizas y los escombros que ha dejado el terrible paso de la guerra, el cine del país ha entrado en una nueva etapa y vive su edad de oro. Shindo estrena la reveladora y demoledora "Los Niños de Hiroshima" y Mizoguchi obtiene en León de Plata en Venecia por "Vida de Oharu, mujer Galante". Para Kurosawa, "El Idiota" ha sido una película muy cara y larga, y no ha gozado del favor de la crítica ni del público, por lo que los ejecutivos de Daiei, contrariados, no desean producirle otro trabajo.
No obstante "Rasho-mon" gana poco después el León de Oro, seguido del Oscar a Mejor Película Extranjera, y el director se convierte en embajador del cine nipón en el Mundo entero; vuelve a acudir a Toho para un nuevo proyecto, que escribe junto a Hideo Oguni y Shinobu Hashimoto (encontrando su fuente de inspiración en "La Muerte de Ivan Ilich", de su predilecto Tolstoy). De algún modo se recupera la idea de "El Idiota", protagonizada esta vez por un viejo y menudo funcionario; la sensación de muerte transformaba la mirada de Kameda, la cual nadie podía cruzar pues estaba habitada interiormente, mientras que a Watanabe le conmina a la acción, el dar un sentido a su vida.

Este Watanabe, de nombre Kanji, es, como bien nos presenta un narrador omnisciente al principio, un viejo funcionario encargado de la sección de ayuda al ciudadano, un hombre que lleva sirviendo en el mismo puesto durante décadas, resignado y mudo ante el hastío; es, a todos los efectos, un rostro reducido a una máscara, una pura envoltura corporal sin fondo que se ha visto reducida a un paulatino proceso de momificación ("momia" es su apodo en la oficina). Pero este señor va a ver su vida expuesta a un cambio radical con forma de incurable cáncer de estómago, como también se nos informa nada más empezar el relato.
Kurosawa se centra con marcado pesimismo en el lento avanzar del personaje, en sus pasos, que arrastran la sensación cercana de la muerte y la infiltran allá adonde va. Pero esto viene a suceder en un entorno que ya de por sí es deprimente y oscuro, el cual rodea a Watanabe y lo oculta con perseverancia entre sus sombras; este es el Japón de la tan milagrosa recuperación, una sociedad de posguerra desoladora, cínica y asfixiante donde la voz del ciudadano sigue siendo poco menos que un moribundo eco en el interior de una caverna y donde la incompetencia y codicia de aquellos tiranos que ejercen la burocracia se halla lo más lejos posible de toda moral, deber y conciencia, lo que no obstante predica orgullosa la Nueva Constitución.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

No falta la hipocresía de los burócratas del ayuntamiento, la soberbia de los políticos, la brutalidad de los bajos fondos, la presencia de la calumnia y sobre todo el empeño por arrebatar el mérito al protagonista, que como sabemos tanto le pertenece. Lo que observamos es el aplastante triunfo de un hombre moribundo, un espectro en vida a las puertas de la muerte, sobre una sociedad corrupta y frívola, y la capacidad de conmover a la masa del pueblo no sirviéndose de otra cosa salvo de su más profunda voluntad.
El pueblo responde en consecuencia, y las lágrimas vertidas por las mujeres pobres son la prueba de fe y agradecimiento. ¿Y para qué sirven realmente todas estas lágrimas? Kurosawa, Oguni y Hashimoto no olvidan la miseria y el pesimismo que en ese momento atraviesa la sociedad y embarga a sus gentes; en la calle el espíritu luchador, dedicado y bondadoso de Watanabe permanece en la memoria (en el puente, en el parque, en el columpio donde su fantasma se mecerá por siempre...), pero en la oficina todo rastro de alma vuelve a desaparecer tras una pila inmensa de hojas.

Una atmósfera negra y triste que se realzará gracias a la excelente fotografía de Asakazu Nakai y la melancólica partitura de Fumio Hayasaka. Kurosawa se vuelve a rodear de grandes actores como Nobuo Kaneko, Yunosuke Ito, Minoru Chiaki, Nobuo Nakamura, la guapa Miki Odagiri y una irremediablemente irritante Kyoko Seki. Pero la cámara sólo muestra predilección por un solo actor, y ese es Takashi Shimura, inmenso, desgarrador, quien únicamente con su mirada perdida en el infinito y sus atribulados gestos logra transmitir un indescriptible cúmulo de emociones más intensas de lo que cualquier otro pudiera hacer por medio de las palabras.
El director no duda en comenzar a describirlo (a su personaje) de la manera más patética y finalizar su gesta transformándolo en un auténtico héroe. El posterior director de épicas fábulas de samuráis crea con "Vivir" (pese a no conseguir ningún galardón relevante) una de sus más logradas obras, cumbre del humanismo y a un tiempo grave reflexión de la vida y la sociedad.

El policía tiene razón. Ese indescriptible momento en que vemos a Watanabe cantar en el columpio del parque bajo la nieve logra "penetrar hasta el fondo del corazón"; el eco de su voz aún permanece...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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