Con actores muy solventes y una serie de situaciones cómicas bien estructuradas, esta película se construye en torno a lo políticamente correcto, a los tópicos de la falta de integración de las minorías étnicas que llegan a países occidentales. En este caso, la suerte es que todo sucede en Francia, en uno de esos barrios del extrarradio parisino en el que la marginación de las diferentes nacionalidades que allí emigraron se pone como contrapunto al París de ciudadanos franceses burgueses y bien situados.

Todo es muy previsible y color pastel, solo lo salva el toque francés que está presente en toda la comedia y que la hace fluir con simpática condescendencia y complicidad con el espectador y con esas minorías, a las que se dota de un sentido de grupo y de una honestidad y capacidad que hace general y que parte de una concepción buenista del problema de la integración: todo el mundo es bueno, solo hay que darle una oportunidad, ese es el resumen, tan banal como falso, de todo lo que sucede en esta película.

Se ve con facilidad, arranca sonrisas y alguna carcajada, pero el espectador sabe de principio a fin que ese mundo ideal está lejos de ser cierto.