Sin duda, hablar de Centauros es hablar del western, para muchos el mejor jamás filmado, pero también es hablar de cine en su generalidad. Planos sobrios, la cámara quieta, enmarcando al personaje, fotografías dignas de ser consideradas poesías, diálogos secos, sobrios, que transmiten la información precisa al espectador, ni más ni menos.

Los actores están todos muy bien pero hablar del cine de Ford es hablar de John Wayne, un actor al que se debe reivindicar, no es solo un cowboy de cara inexpresiva y andares chulescos, no, es mucho más. En esta película Wayne es capaz de transmitir con una mirada toda la complejidad de su personaje, el enigmático Ethan Edwards: racista, violento, con un pasado incierto, perdedor nato, exsoldado sudista, con algún tipo de enemistad con su hermano y vete a saber qué relación con su cuñada.

El comienzo de la película es apabullante, en unos minutos Ford nos ha planteado toda la película y lo hace de una forma inteligente, haciendo que el espectador reflexione sobre los personajes, su pasado y sus circunstancias.

El resto de la película es una búsqueda constante, no solo de la pequeña Debbie (qué guapa está la joven Natalie Wood en un papel pequeño pero tan intenso e importante) sino también de la identidad de los buscadores y que también ejerce casi como documental de ese mundo fronterizo entre indios, paisajes agrestes y personajes icónicos.

Ford deja esta monumental obra de arte que contiene un inicio potente y un final insuperable y que marcará, desde entonces, una forma de rodar personajes, puertas y horizontes referencial.