El subgénero que se conoce como comedia negra está lleno de películas patosas, absurdas, buscando la provocación y abusando del mal gusto. Aquí estamos ante una película que me hace, particularmente, recelar de ella a priori, dada su nacionalidad y su reparto. Y es que ya no es muy fiable encontrarse en un elenco Andie MacDowell o a Adam Brody.

El resultado es una comedia muy negra, con mucha sangre, con muertes y mutilaciones, que si bien parte de una premisa poco creíble sí que luego es capaz de elaborarla con bastante destreza. La clave es mostrar a una familia disfuncional con sus manías y tradiciones, por muy perversas que estas sean, sin perder para nada la perspectiva del humor. Difícil logro, sí, pero los dos directores (alguien sabrá explicarme algún día el porqué de esta moda de dirigir películas en plan dúo) lo acaban consiguiendo, si bien no en todo el metraje, sí en la mayor parte de la película.

Aparte de la vertiente humorística, la ambientación (típica casa enorme, mansión con tintes demoniacos y aspecto imponente pero siniestro) es muy buena y el tiempo en el que transcurre la película es casi el mismo que invertimos en verla, dotando de mucha agilidad a la acción. El golpe de gracia para conseguir un buen plato cinematográfico son los actores, en especial una protagonista dinámica, con sentido de la ironía y guapa, una para mí desconocida Samara Weaving, bien acompañada por un reparto en el que ya no brilla la otrora estrella Andie MacDowell, ajada por los años y con un papel poco protagónico, en el que otros sí destacan, como Brody, Scrofano o Levesque, todos con un punto de gracia oscura que se agradece.

En fin, es una película que se ve con agrado, con un punto de suspense que la hace interesante y que se olvida también con cierta rapidez.