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Voto de Luis Guillermo Cardona:
9
Comedia Harold Lloyd ayuda al abuelo de su novia en el enfrentamiento que éste tiene con una gran compañía de transportes de Nueva York, a causa de su viejo tranvía de mula. (FILMAFFINITY)
25 de julio de 2010
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Finales de los años 20. Nueva York se está convirtiendo en una ciudad cosmopolita y eso conlleva modernidad, transformación. La tecnología ocupa un lugar predominante y ya, los viejos medios de transporte de tracción animal, no tienen lugar en la nueva historia. Y como es común, detrás de este desarrollo, hay gente con grandes intereses económicos dispuesta a llevarse por los cuernos a quien se oponga a sus negocios.

El abuelo, Pop Dillon, es el dueño del último tranvía de tracción animal que queda en la ahora agitada ciudad, y la unión de los tranvías eléctricos urbanos sólo espera sacarlo del paso, pues así poseerán la totalidad de las franquicias que les dará el control absoluto sobre este medio de transporte. Pero, atraído por su nieta Jane, al hogar de los Dillon llega Harold Swift, mejor conocido como Speedy, mote que podría derivarse de lo rápido que lo botan de los empleos… o por la presteza con que asume sus grandes retos. Y estos han de llegar.

A Speedy no lo está acompañando la buena fortuna, y no obstante su afán de ejercer cada profesión con el mayor empeño, las malas pasadas están al orden del día y todo parece decirle que tiene que estar en otro lugar. Y es así como toma la rienda del caso Dillon y una guerra de intereses –unos más edificantes que otros- se desatará desde entonces.

Con su acostumbrado virtuosismo, Lloyd protagoniza una serie de desaciertos (y aciertos) a cual más divertido. Como heladero, como taxista o como cochero de tranvía se las ingenia, como jamás se le ocurriría a nadie, para salirle con ventaja a todos los obstáculos del camino. En su accionar reluce el genio, el acróbata de marca mayor y el comediante por excelencia, y así, la alegría brota a borbotones con una aventura que se resuelve de la manera más encantadora.

Segunda colaboración con el director Ted Wilde, tras esa joyita llamada “El Hermanito”, y segundo gran acierto, digno de cualquiera que desee verse una comedia inolvidable.

Para quienes gustan del béisbol, aparece Babe Ruth representándose a sí mismo en una escena con Lloyd y jugando con los Yankees. Y para los admiradores de ese gran compositor y director de orquesta que es Carl Davis, la excelente partitura musical añadida en los últimos años a esta película, es de su autoría y está dirigida por él.

Con “RELÁMPAGO”, Harold Lloyd reafirma su lugar entre mis favoritos. La comedia de la Edad de Oro no tiene parangón.
Luis Guillermo Cardona
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