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Voto de Luis Guillermo Cardona:
8
Drama Adaptación de un libro de John Carlin (Playing the enemy). En 1990, tras ser puesto en libertad, Nelson Mandela (Morgan Freeman) llega a la Presidencia de su país y decreta la abolición del "Apartheid". Su objetivo era llevar a cabo una política de reconciliación entre la mayoría negra y la minoría blanca. En 1995, la celebración en Sudáfrica de la Copa Mundial de Rugby fue el instrumento utilizado por el líder negro para construir la unidad nacional. (FILMAFFINITY) [+]
3 de diciembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cualquier ser humano sensible y de mente abierta, que haya conocido el largo, tormentoso y comprometido proceso por el que tuvo que pasar el político y filántropo sudafricano, Nelson Mandela, hasta alcanzar la presidencia de su país, es imposible que no sienta admiración y cariño (o cuando menos respeto) por este hombre que fue capaz de sobreponerse a los que, muchísima gente, consideraría “justos deseos de venganza”.

Anticolonialista y acérrimo luchador contra el apartheid que, para él y para su pueblo, significaba aislacionismo, discriminación, subvaloración y negación del derecho al voto entre otras deplorables cosas, Mandela -quien había adoptado como método de lucha ‘la resistencia no violenta’ aprendida del Mahatma Gandhi- sufrió frecuentes maltratos, torturas, persecución y estadías en prisión con toda suerte de humillaciones y trabajos forzados, hasta llegar a pasar, un tercio de su vida, entre las rejas.

Contra todo este pasado, al que sumó el inmenso sufrimiento de su familia, y los eternos vejámenes infringidos a su pueblo, para cualquier otra persona bien pudo significar odio y resentimiento irreprimibles… pero, para Madiba (nombre proveniente del clan Thembu al que perteneció y que sus seguidores usan en el honroso y afectuoso sentido de líder, maestro o padre) lo único que podría traer paz a su patria, era el perdón y la reconciliación. Y el presidente Mandela así lo entendía, no como juego político, sino en el más pleno sentido pragmático, es decir: solo es verdadero aquello que, en el “mundo real objetivo” funciona concretamente.

Cuando hacía un capítulo de la serie Frontline de la PBS de los EEUU, que él mismo tituló “El largo camino de Nelson Mandela”, el reportero John Carlin llegó a saber tanto del líder sudafricano que, desde entonces, buena parte de su obra se centró en su labor como presidente entre 1994 y 1999, fecha en que falleció. Esta labor le permitió convertirse en amigo del gobernante, y muy de cerca, pudo apreciar como se relacionaba con la gente y como se comprometía en sacar adelante las reivindicaciones sociales.

Así surge el libro, Playing the enemy: Nelson Mandela and the game that made a nation (2008), que, con guión de Anthony Peckham, fue llevado al cine por el ahora sobresaliente director Clint Eastwood. La historia toma, como punto de partida, la salida de prisión de Mandela en el mes de Febrero de 1990, su llegada a la presidencia, y desde entonces, su dedicado compromiso con el Campeonato Mundial de Rugby de 1995, en el que nadie daba un peso por las posibilidades del equipo –casi todos jugadores blancos- de su país, pero en el que, él, depositaría su confianza y empeño... y quizás, más que un triunfo, pueda lograr otra suerte de conquista como las que tanto reclama su país.

Eastwood, no solo se propone dejar bien plasmado el carácter rudo, brutal y primitivo del tal “deporte” que nos legaran los ingleses desde el siglo XIX, sino que consigue mostrar el carácter y la dignidad de un presidente, como hay muy pocos en este bonito pero empañado mundo, y aunque por momentos, pareciera rendir excesivo culto a la personalidad de Mandela, necesario es reconocer que también lo muestra en su amplia debilidad por el grotesco rugby, en su fascinación con las mujeres voluptuosas… y hasta en su atrevimiento de impugnar una decisión que se había tomado ya democráticamente.

Imposible negar que, en “INVICTUS”, se consiguen momentos que son arte puro, en los que se logra que, nuestras fibras más íntimas, vibren incontenibles con las experiencias y con las, en ocasiones, sorprendentes y sabias decisiones del presidente, pues son los suyos gestos de humanidad que sorprenden al más curtido.

De esta manera, Eastwood suma a su carrera otra película ejemplar. Morgan Freeman acierta de nuevo con un personaje cálido y potente, como los que nos ha dado en otras ocasiones… y surge aquí la suerte de historia que deberían ver todos los gobernantes del mundo porque, sin duda, hay aquí cosas que muchos deberían tomar en cuenta.

Y claro que vale la pena recordarlo: “Soy amo de mi destino, capitán de mi alma”.
Luis Guillermo Cardona
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