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Voto de Luis Guillermo Cardona:
8
Drama Basada en la vida real de Ron Woodroof, un cowboy de rodeo texano, drogadicto y mujeriego, al que en 1986 le diagnosticaron SIDA y le pronosticaron un mes de vida. Empezó entonces a tomar AZT, el único medicamento disponible en aquella época para luchar contra tan terrible enfermedad. (FILMAFFINITY)
6 de marzo de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El zidovudina (o Azidotimidina) mejor conocido como AZT, fue el primer medicamento aprobado en 1987, como indicado para personas con VIH por su “efecto retardador de la infección”. No representaba una cura, no evitaba el contagio y producía una serie de efectos adversos: anemia, destrucción del hígado, toxicidad en la sangre, decoloración en los dedos de manos y pies, pérdida de masa muscular y hasta supresión de la médula ósea… Como quien dice: Te morirás de todas maneras, pero puede que no sea de Sida, y si es de Sida, será unos meses más tarde.

Miles de seres humanos murieron como ratas de laboratorio, porque la experimentación con altas dosis de este fármaco (400 mlg cada cuatro horas) resultaba fatal, y esto comenzó a motivar, en los EEUU, el surgimiento de los llamados Clubes de compradores (Buyers clubs), que agrupaban a decenas de enfermos terminales con el fin de tratarse con medicamentos naturales de comprobada eficacia (porque aportan nutrientes y estimulan el sistema autocurativo del cuerpo), pero considerados ilegales por no tener las costosísimas licencias (inaccesibles para pequeños productores) que exige la FDA (Food and Drug Administration). La regla del monopolio es sencilla: “Todo lo que compita contra nuestro negocio será declarado ilegal”.

Hasta aquí nada nuevo, nada que no sea historia de ayer y de hoy, debida a “la mafia de los fármacos y al amangualamiento entre la FDA y las grandes compañías farmacéuticas” de que habla la película, y que ya ha sido denunciado por muchos insignes médicos. Pero lo que muchos llaman ’arar en tierra estéril’, de pronto llega al día en que comienzan a brotar pequeñas plantitas… y así se inicia un cambio que, aunque tarde mil años, ¡un día verá la luz!

Con “DALLAS BUYERS CLUB”, el director Jean–Marc Vallée ha hecho un filme absolutamente necesario para la sociedad de hoy. Primero porque, basado en una historia verdadera, se propone desmontar la oprobiosa homofobia, al mostrar cuán posible puede ser una relación de respeto y mutuo reconocimiento entre dos seres tan dispares como un machista hombre de rodeo (Ron Woodroof) y un travesti (Rayon) que, como él, lucha por la sobrevivencia; y en segundo lugar, porque insiste en denunciar la manera como los que “velan por la salud” son más comúnmente veladores por el inescrupuloso negocio de los fármacos y por las sombrías funerarias.

Magníficas caracterizaciones de Matthew McConaughey y de Jared Leto, ahora reconocidas con el premio Oscar.

Quiero terminar con una frase de la doctora Ghislaine Lanctôt, autora del excelente libro “La mafia médica”, que sin duda viene al caso:

“La medicina convencional corta, quema y envenena. Las medicinas naturales suelen poner orden de forma temporal en el cuerpo, pero en realidad el problema está en el alma, y antes o después, tenemos que afrontar de esta manera nuestras enfermedades”.

Título para Latinoamérica: “EL CLUB DE LOS DESAHUCIADOS”
Luis Guillermo Cardona
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