Nueve segundos bastaron para que, el 6 de agosto de 1945, una bomba atómica, con una carga energética equivalente a trece mil (13.000) toneladas de dinamita, fuera lanzada por los Estados unidos de Norteamérica sobre la ciudad de Hiroshima, Japón, causando la muerte a cerca de 200.000 personas, en su mayoría civiles -mujeres, niños y ancianos- y dejando a 80.000 más, heridas o discapacitadas. La orden la había dado el presidente Harry S. Truman, como respuesta al rechazo de Japón de firmar la Declaración de Postdam, mediante la cual aceptaría su rendimiento.

Las consecuencias adicionales de esta bomba (enfermedades incurables, aguas contaminadas, falta de alimentos, terribles depresiones…), sumadas a las de Nagasaki, lanzada tres días después con un saldo aproximado de 80.000 muertes más, tardaron muchos años en ser superadas por los sobrevivientes y, por supuesto, el repudio hacia la nación norteamericana y hacia los países aliados, se alimentaba día a día.

Así pues, había que propugnar para que se diera vuelta a la página y, sobre todo, para que la población civil de estos países no cargara más con una responsabilidad que, en su más alto grado, era exclusiva de sus gobiernos. Esto fue lo que animó al director, Alain Resnais, a realizar “HIROSHIMA MON AMOUR”, un conmovedor, poético y muy sensible canto a la paz, en el cual, un arquitecto japonés se enamora profundamente de una actriz francesa que se encuentra en Hiroshima, haciendo parte del rodaje de una película pacifista, en la que ella representa a una enfermera.

Su encuentro es casual y pareciera condenado a ser tan intenso, fugaz e impactante en cada uno de ellos como, contrariamente, para la sociedad fueran aquellos hechos luctuosos ocurridos años atrás; pero, quizás, todo el que sepa de ellos quede impregnado, para siempre, de esa madura y responsable capacidad de considerar a cada ser humano por lo que es, y no por el lugar de donde viene, ni por la suerte de sociedad a la que pertenece.

El guion fue escrito por Marguerite Duras (1914-1996), una escritora nacida en Saigón (Ciudad Ho Chi Minh) quien hizo parte de La Resistencia Francesa durante la II Guerra Mundial y quien estuvo vinculada al Partido Comunista a partir del año 1945. Su texto es para degustarlo palabra por palabra, pues, tiene tan especial manera de percibir la existencia que, a su autenticidad y estilo muy particulares, suma encanto y una suavidad que enamora.

Sin embargo, este texto bastante prodigo en palabras, sumado al estilo narrativo de Resnais, con el que se ejercita en un singular manejo del tiempo cinematográfico, alternando presente, pasado y futuro de tal manera que parezcan una sola cosa – la atemporalidad de la memoria -, no resulta un plato fácil de digerir, y la película, adquiere ese tono intelectual que la torna apenas accesible a un público minoritario.

Emmanuelle Riva, resulta encantadora representando a esa actriz sin nombre que se debate entre amar y no amar, entre quedarse e irse, entre el ser y no ser; y Eiji Okada, desborda carisma como el hombre prendado de esa mujer que, como el agua, a cada instante se escapa de entre sus dedos. Entre los dos, quizás consigan demostrar que, el amor es tan poderoso que puede resurgir de entre las cenizas (la metáfora de la primera imagen es preciosa).

Y esas conmovedoras y lacerantes imágenes documentales de la primera parte, dan respuesta a la necesaria pregunta de Marguerite Duras: “¿Por qué negar la necesidad evidente de la memoria?”.