Si es cierto, como se dice, que hacer reír es mucho más difícil que hacer llorar, hemos de felicitar (y felicitarnos) al duo de directores Olivier Nakache y Éric Toledano porque con “C'est la vie” han vuelto a conseguir con creces su objetivo.Si con “Intocable” supieron sacar punta de algo en principio tan poco dado a la comedia como la relación entre un tetrapléjico y su cuidador, qué no iban a ser capaces de lograr con un festín para todo tipo de situaciones como representa un banquete de boda. Nakache y Toledano han sabido nutrir la película de un buen puñado de estupendos personajes, patéticos pero a la vez entrañables, de los que destacan Max, que en la piel de un gran Jean-Pierre Macri, se encarga de la organización del evento, y James, el ridículo cantante contratado para la ocasión que borda un desternillante Gilles Lellouche.

Con una perfecta sincronización a la hora de encajar los sucesivos gags en el desarrollo de la historia, la pareja francesa de directores demuestra conocer a la perfección los entresijos de la comedia, ofrecen al público lo que este demanda (aquí se echa en falta algo más de riesgo) y aun les queda tiempo para insertar algo de crítica social y laboral sin que apenas lo notemos. Con la habilidad suficiente, además, para, tratándose de una película muy francesa, convertirla al mismo tiempo en universal (no descartemos una versión americana, por lo menos) con la que cualquiera puede sentirse identificado. Porque al final en “C'est la vie” todo gira en torno al amor, es esto y no otra cosa lo que conduce a las decisiones de los personajes. El mismo amor que sus responsables desprenden hacia la comedia popular, que es puro cine al fin y al cabo. Y ante tan fructífero “matrimonio” de directores, uno solo puede decir: Vivan los novios!

Lo mejor: Gilles Lellouche disfrutando y haciéndonos disfrutar con su personaje.

Lo peor: que el tramo final sea tan previsible.