Flamante y restaurada pieza que va más allá de lo sacro para reconvertirse en un alegato contra los prejuicios. Pieza imprescindible de la filmografía dreyeriana, rodada en Francia y siguiendo su estilo de darle más importancia a la escenificación del objetivo que a los hechos en si para mostrarnos las absurdidades de un proceso judicial que culminó con la sentencia de Juana de Arco por parte de las mismas autoridades eclesiales que no veían en buenos ojos como esa joven muchacha de origen humilde y que había intentado liberar a Francia de los invasores ingleses, se recluía en la necesidad de ser escuchada por temor a no olvidar su amor por Dios, hecho incomprendido por el clero.

El maestro danés recurre a la expresividad de los rostros per con la importancia resaltada por los primeros planos, la afluencia de la luz y los vacíos decorados. El lenguaje visual es más que evidente cuando, la ferviente sucesión de contrapicados para mostrar la superioridad de dichas autoridades frente a la impotencia y sufrimiento (a la vez auspiciado por unos reflejos de serenidad de Renée Jeanne Falconetti mirando al Cielo como postrándose a un ser infinitamente más superior que los jueces y clérigos que la atormentan con preguntas y sentencias a su alrededor).

Una obra maestra imperdurable.