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España España · Madrid
Voto de keizz:
5
Drama Segunda guerra Mundial (1939-1945). En la Francia ocupada (1940), las autoridades nazis deciden proteger la colección de pintura más valiosa del mundo: el Museo del Louvre. Mientras Jacques Jaujard y el conde Franz Wolff-Metternich se encargaban de cumplir esta misión, grandes ejércitos arrasaban Europa causando inmumerables bajas. (FILMAFFINITY)
9 de junio de 2016
23 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de entrar al cine imaginé que seríamos tres o cuatro en la sala. Un sábado a primera hora de la tarde, una película francesa con un director ruso… no parecía la opción más apetecible para el público. Pero para mi sorpresa, entro a la sala diez minutos antes de que empiece y más de la mitad de las butacas ya están ocupadas. No entendía la expectación. Con lo que me gusta estar en la sala prácticamente solo…. Empieza la película y en cuanto aparece el título se levanta una pareja y se va. Era demasiado pronto como para que se fuera porque no les gustaba, así que supongo que es cuando se dieron cuenta de que se habían equivocado de sala. Dos menos.

“Francofonía” comienza cuando escuchamos a su director, Alekxandr Sokurov, hablando por videoconferencia con alguien que está en un barco que ha salido del puerto de Amsterdam con un cargamento de obras de arte. Sokurov habla en ruso y el capitán del barco lo hace en inglés. La conexión es mala y la imagen se pixela continuamente. En medio de la tormenta, al buque le cuesta mucho mantener la estabilidad y la integridad de las obras de arte que transporta corren serio peligro.

Luego escuchamos a Sokurov hablando mientras aparecen fotografías antiguas. Tolstoi durmiendo. Chejov igualmente dormido. Imagino que es una alegoría sobre el aletargamiento del arte ruso, otrora sobresaliente. Pero tampoco lo tengo claro. Más fotos. Militares, imágenes de Hitler y del ejército alemán llegando a Paris. Siempre que veo estas escenas inevitablemente me acuerdo de Casablanca (“los alemanes vestían de gris, y tú de azul”). Casablanca… qué peliculón… No! van cinco minutos de película y ya estoy divagando. Tengo que centrarme en lo que estoy viendo o me perderé.

El Louvre. Hitler toma Paris, y en Paris está el Louvre. El mayor refugio cultural de Europa. El director del Louvre, Jacques Jaujard (Louis-do de Lencquesaing) se entrevista con un oficial nazi, el conde Franziskus Wolff Metternich (Benjamin Utzerath) buscando un acuerdo para salvar las maravillas que atesora el Museo e impedir que la guerra produzca la destrucción de las obras.

Aparece Marianne, la representación de la revolución francesa, ataviada con el gorro frigio, correteando por el museo diciendo “Liberté, egalité, fratenité”. Al rato aparece Napoleón, señalando los cuadros en los que él aparece, diciendo “C’est moi”, a lo que Marianne replica “liberté, egalité, fraternité”. Empiezo a escuchar los primeros ronquidos, a mi izquierda.

A todo esto, Sokurov, entre imágenes de archivo y otras filmadas por él, sigue con su voz en off. El caso es que en los momentos en que consigues centrarte en la película, dice cosas interesantes como por ejemplo “¿Quién necesitaría a Francia si no fuera por el Louvre?”. El problema es que cuando consigues mantener el interés en algo, en seguida te descentras de nuevo. El escuchar tan pronto hablar en ruso como en francés o en alemán tampoco ayuda. Es muy difícil engancharse a esta película. El hombre que estaba sentado justo delante de mi, decide abandonar la sala, una sala en la que ya definitivamente el número de personas despiertas somos minoría.

Sokurov destila melancolía y pasión por el arte. Asimismo, deja caer una queja al diferente trato que dieron los alemanes al Louvre, que lo respetaron, y el que dieron al Hermitage cuando arrasaron Leningrado. De hecho, una de las cosas que más me impresionaron de la película es el corto episodio en el que se narra el devastador paso de los nazis por la Unión Soviética. Ahí el director sangra, claramente.

A estas alturas ya no se si estoy viendo una película, un documental, o un video casero que ha montado Sokurov con sus reflexiones personales sobre el arte y la historia acompañado de imágenes. Poco importa, la verdad, pero quien pretenda catalogar a esta película con algún tipo de etiqueta pierde el tiempo. Es inclasificable. Hay imágenes reales y ficticias, la historia no tiene un comienzo ni un final, y desde luego hay que tener conocimientos de arte y de historia si quieres entender mínimamente lo que te muestra.

Sokurov es capaz de fascinarte durante cinco minutos al poco rato te das cuenta de que estás mirando el reloj para ver si falta mucho. Y es una putada, porque eres consciente de que hay mucho arte delante de ti, y que te estás perdiendo algo, pero no puedes evitar que tu mente se evada. “Francofonia”, no eres tu, soy yo. Lo nuestro es imposible. Me gustas pero no te amo.

De repente, la pantalla se pone roja y comienza a sonar una versión distorsionada del himno ruso. Poco a poco va cambiando el color de la pantalla, ahora se pone negro con puntitos grises. La música va cambiando y ahora ya no es el himno ruso sino una música de orquesta absolutamente preciosa. La pantalla ahora se tiñe de azul intenso. Y en el centro de ese azul poco a poco aparecen unas letras pequeñas. La palabra que aparece es “fin”. En cuanto aparece, toda la sala se levanta como los niños cuando oyen el timbre del recreo. Yo decido quedarme hasta los títulos de crédito. Pero no hay. Una película tan rara tenía que terminar de un modo raro. No hay créditos. Se encienden las luces. Ahora si, estoy solo.

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keizz
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