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Voto de Sergei Mancuso:
9
19 de septiembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Me suicido o me tomo un café” Albert Camus
¿A quién no le ha ocurrido alguna vez estar deseando imperiosamente tomar un café y alguna circunstancia lo acaba impidiendo y produciéndonos una desoladora frustración?
¿A quién no le ha ocurrido alguna vez estar deseando imperiosamente tomar un café y alguna circunstancia lo acaba impidiendo y produciéndonos una desoladora frustración?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Pues bien, esto es lo que le sucede al protagonista de la película que paso a comentar, intitulada Oh Boy (2012) del director Jan Ole Gerster. Dificultad en conseguir un café y dificultad en encontrar nuestro lugar en el mundo van de la mano en ésta estupenda película alemana.
La cinta nos muestra el devenir existencial de un joven treintañero, Niko, durante veinticuatro horas en la ciudad que gobierna el destino económico de Europa. Un Berlín fotografiado en blanco y negro, nada idealizado y con un magnífico aspecto degradado. Nos encontramos en la Alemania actual donde confluye una burguesía enriquecida y satisfecha de la sociedad de consumo frente a una asentada precariedad laboral cuyo máximo exponente son los minijobs.
El día arrancará con el hartazgo (acaso ruptura) de la novia de Niko y proseguirá por diferentes acontecimientos en las que todo parece torcerse. Nos acompañarán en su travesía una caterva de seres tratando de sobrevivir en la sociedad que les ha tocado vivir.
El cineasta alemán no parece muy interesado en reflexionar sobre las causas de las acciones o sobre las motivaciones de los personajes. Más bien, se centra en mostrarnos y sumergirnos en la odisea de nuestro protagonista, quien deberá aprender a dejar de mirarse al espejo para mirar directamente al mundo. La comparación con el espejo no es baladí, durante la película cómo el espejo será un símbolo que jalonará la transformación de Niko.
Ole Gerster emplea un humor que contrarresta lo amargo de las diferentes situaciones, convirtiendo este drama en una singular tragicomedia humanista.
Esta película es heredera de una estirpe de películas que, al igual que el café ristretto, sacan lo máximo con la máxima sencillez. A través de las peripecias de Niko se nos muestra a pequeños trazos, bien aspectos característicos de la sociedad alemana actual: la banalización en el cine de la segunda guerra mundial y el sempiterno nazismo como herida aún incurable o del comportamiento del ser humano: la manifestación del deleite del ser humano por dominar al otro por el simple y puro placer de dominar
El estatuto de gran película se sustentaría fundamentalmente en dos pilares.
Por un lado, el absoluto magnetismo del actor principal. Tom Schilling. El actor logra interpretar magistralmente la encrucijada vital en la que está inmersa el joven Niko. Incapaz de integrarse en la sociedad que le rodea, éste se enfrenta con el desencanto de la edad adulta y con un sistema que no comprende. Al igual que el capitalismo, Nico no está exento de contradicciones; vive en un sistema al que desprecia pero que a la vez necesita. No juzga, lo acepta todo desprovisto de máscara y ambición social alguna.
Y por otro lado, la elegante y sugerente puesta en escena del director alemán: los travellings que acompañan el vagabundeo del personaje principal, los picados y contrapicados funcionales y maestría en el uso del campo-contracampo.
Desde esta perspectiva, uno de los mejores momentos lo tenemos en la escena del regreso a casa de Niko tras el frustrante encuentro con su padre. Niko abandona andando el campo de golf, la cámara le sigue en su regreso al metro, cruzando los campos y adentrándose en la naturaleza donde observamos al joven reflexionando y tomando conciencia de su nueva situación rodeado de árboles. Aquí vivimos el estado mental de nuestro antihéroe. La escena finaliza con una toma panorámica del paisaje en la que la cámara acaba encontrando nuevamente a nuestro personaje en la pasarela que le lleva al metro en una sutil elipsis temporal. Un ejemplo de brillante resolución formal de una escena. A partir de esta escena Niko cambia de actitud y comenzará a actuar sobre una vida que exige empezar a vivirla, a elegir en definitiva, como manda la cita de Camus.
Elegante como un blue Mountain e intenso y ácido como un moka, Oh boy es una film a saborear placenteramente. Termínense el café o dejen lo que están haciendo y vean esta película.
La cinta nos muestra el devenir existencial de un joven treintañero, Niko, durante veinticuatro horas en la ciudad que gobierna el destino económico de Europa. Un Berlín fotografiado en blanco y negro, nada idealizado y con un magnífico aspecto degradado. Nos encontramos en la Alemania actual donde confluye una burguesía enriquecida y satisfecha de la sociedad de consumo frente a una asentada precariedad laboral cuyo máximo exponente son los minijobs.
El día arrancará con el hartazgo (acaso ruptura) de la novia de Niko y proseguirá por diferentes acontecimientos en las que todo parece torcerse. Nos acompañarán en su travesía una caterva de seres tratando de sobrevivir en la sociedad que les ha tocado vivir.
El cineasta alemán no parece muy interesado en reflexionar sobre las causas de las acciones o sobre las motivaciones de los personajes. Más bien, se centra en mostrarnos y sumergirnos en la odisea de nuestro protagonista, quien deberá aprender a dejar de mirarse al espejo para mirar directamente al mundo. La comparación con el espejo no es baladí, durante la película cómo el espejo será un símbolo que jalonará la transformación de Niko.
Ole Gerster emplea un humor que contrarresta lo amargo de las diferentes situaciones, convirtiendo este drama en una singular tragicomedia humanista.
Esta película es heredera de una estirpe de películas que, al igual que el café ristretto, sacan lo máximo con la máxima sencillez. A través de las peripecias de Niko se nos muestra a pequeños trazos, bien aspectos característicos de la sociedad alemana actual: la banalización en el cine de la segunda guerra mundial y el sempiterno nazismo como herida aún incurable o del comportamiento del ser humano: la manifestación del deleite del ser humano por dominar al otro por el simple y puro placer de dominar
El estatuto de gran película se sustentaría fundamentalmente en dos pilares.
Por un lado, el absoluto magnetismo del actor principal. Tom Schilling. El actor logra interpretar magistralmente la encrucijada vital en la que está inmersa el joven Niko. Incapaz de integrarse en la sociedad que le rodea, éste se enfrenta con el desencanto de la edad adulta y con un sistema que no comprende. Al igual que el capitalismo, Nico no está exento de contradicciones; vive en un sistema al que desprecia pero que a la vez necesita. No juzga, lo acepta todo desprovisto de máscara y ambición social alguna.
Y por otro lado, la elegante y sugerente puesta en escena del director alemán: los travellings que acompañan el vagabundeo del personaje principal, los picados y contrapicados funcionales y maestría en el uso del campo-contracampo.
Desde esta perspectiva, uno de los mejores momentos lo tenemos en la escena del regreso a casa de Niko tras el frustrante encuentro con su padre. Niko abandona andando el campo de golf, la cámara le sigue en su regreso al metro, cruzando los campos y adentrándose en la naturaleza donde observamos al joven reflexionando y tomando conciencia de su nueva situación rodeado de árboles. Aquí vivimos el estado mental de nuestro antihéroe. La escena finaliza con una toma panorámica del paisaje en la que la cámara acaba encontrando nuevamente a nuestro personaje en la pasarela que le lleva al metro en una sutil elipsis temporal. Un ejemplo de brillante resolución formal de una escena. A partir de esta escena Niko cambia de actitud y comenzará a actuar sobre una vida que exige empezar a vivirla, a elegir en definitiva, como manda la cita de Camus.
Elegante como un blue Mountain e intenso y ácido como un moka, Oh boy es una film a saborear placenteramente. Termínense el café o dejen lo que están haciendo y vean esta película.