El fenómeno de Federico Moccia constituye un acontecimiento literario de especial calado entre los jóvenes de una generación más habituada a leer en los móviles (incluso en el cine como se puede ver) que en los libros. El mismo autor se ha encargado en alguna ocasión de trasvasar sus obras a la gran pantalla, donde ha cosechado mucho menor éxito. Por ello no puede extrañar esta nueva versión de una historia ya adaptada al cine por Moccia y estrenada en nuestro país el año 2010, donde pasó totalmente desapercibida. Mucha mejor suerte han corrido las dos producciones españolas que anteriormente han visitado las páginas del autor italiano; tanto 3·metros sobre el cielo (2010) como Tengo ganas de ti (2012) llenaron las salas de gente joven y auparon al actor Mario Casas a la categoría de un icono sexual dibujado con los mismos trazos de rebeldía acuñados hace varias décadas por el mítico James Dean.
Sin abandonar esa buena conexión con la juventud, que constituye el leitmotiv del mundo literario y cinematográfico de Moccia, Perdona si te llamo amor incorpora y comparte protagonismo con otra generación, al borde de la cuarentena, que empieza a percatarse de “lo rápido que ha pasado el tiempo”, para mostrar una historia de amor plagada de clichés: estereotipados pero emotivos, reconocibles pero apreciados, facilones pero efectivos… En fin, una película que logra superar ampliamente la inmensa mayoría de las comedias románticas que actualmente nos facturan las grandes productoras norteamericanas, ideal para soñar con ese esquema tan manido de “chica-encuentra-chico, chica-pierde-chico, chica-recupera-chico”. La pura esencia de la comedia romántica clásica. Aquí reside el mayor provecho del debutante Joaquín Llamas, curtido en la realización de series para la pequeña pantalla, cuya puesta en escena algo televisiva, por un lado lastra el aspecto estético y por otro imprime un ritmo narrativo más dinámico y funcional.
Perdona si te llamo amor nos descubre a una joven actriz llamada Paloma Bloyd convertida en un nuevo valor de nuestro cine, al tiempo que recupera a un actor italiano llamado Danielle Liotti al que habíamos perdido la pista desde los tiempos de Juana La Loca (Vicente Aranda, 2001) donde dio vida a un caprichoso Felipe El Hermoso. Ambos cumplen sobradamente sus cometidos, aunque también es cierto que en unos registros funcionan mejor que en otros, resultando más tiernos y creíbles en los momentos románticos, por otra parte mayormente emotivos. Como dato curioso, reseñar que el propio Federico Moccia realiza un pequeño cameo como taxista parisino dando la bienvenida a los protagonistas a la ciudad del amor. Uno más entre tantos tópicos que hacen las delicias de los espectadores, estén enamorados o esperando la llegada de ese amor que una voz en off se encarga de componer, definir, matizar o simplemente acercar a las emociones del espectador, no habla de los protagonistas de la historia que vemos en la pantalla, habla al corazón de la gente. Otro de los grandes aciertos de esta película llena de vitalidad, de ganas de disfrutar, de sueños tan prosaicos como necesarios. Probablemente el film no admita un análisis profundo de la historia ni de los personajes, pero durante dos horas, al menos, soñaremos como un niño escuchando un cuento de hadas con una sonrisa pintada para ir a dormir.