Una vez vista La fuente de la vida me sorprenden mucho las malas críticas que tuvo en el festival de Venecia, y las acusaciones de ser un disparate sin sentido. Se me habían quitado las ganas de verla, y desde luego no esperaba entender una sola palabra de lo que me contaran. Está claro que no bebo fiarme de las opiniones de los demás.
La fuente de la vida es una historia de amor absolutamente original. Una historia de amor que se desarrolla a lo largo de lugares y épocas totalmente diferentes. Un disparate argumental que, contra todo pronóstico, mantiene una lógica y una transparencia notables durante buena parte de su metraje.
Darren Aronofsky cuenta la película de la forma más poética que quepa imaginar, siempre en el filo de la navaja. A veces toca el cielo del romanticismo mas desgarrador y otras se acerca al ridículo más cursi, pero siempre manteniéndose fiel a una historia, que pudiendo ser conmovedora, se pierde en una espiritualidad desmedida sobre todo en su parte final.
El director consigue crear imágenes de poética belleza, donde juega un papel importantísimo la preciosa y muy adecuada banda sonora.
La película también se beneficia de una pareja protagonista de lujo, con Rachel Weisz bellísima como siempre, y un excelente Hugh Jackman en el que seguramente sea su mejor trabajo hasta ahora.
Una película que dura noventa minutos, de los cuales los setenta primeros son realmente notables, y los veinte últimos se acercan peligrosamente al puro disparate new age.